Epílogo: 722 y 723

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No se rompe un corazón
Da igual a quién recemos
Si al fin nos reconocemos
Tú y yo
En medio de este incendio
Nos abrazamos sin tierra ni suelo
Ni miedo
Ni miedo  

En palabras de Dickens, fue el mejor de los tiempos, fue el peor de los tiempos.

Si valía para la Revolución francesa, también varía para ellos.

Hubo momentos extraordinarios en los que se maravillaban de estar juntos.

Hubo épocas realmente nefastas en las que pensaron que acabarían matándose el uno al otro. 

Pasaron los primeros meses borrachos con la novedad y el sexo.

Aitana encontró trabajó en una cafetería y se matriculó en la universidad. Luis daba clases en el colegio y se atrevió a volver a tocar la guitarra después de cuatro años sin haber cogido una.

Sus vidas eran deliciosamente ordinarias y llenas de listas de la compra, peleas por el turno en el baño y excursiones en coche para ver el paisaje.

Hablaban, mucho, más de lo que lo habían hecho la primera vez.

Hicieron el pacto de no buscar información de sus vidas pasadas.

A excepción de las fronteras marcadas por las cuatro paredes de su apartamento, Aitana Ocaña y Luis Cepeda habían desparecido del mundo.

Resultaba extraño cuando salían de casa acordarse de que eran Pablo y Ana y así debían dirigirse el uno al otro, pero acabaron acostumbrándose y era algo tan instintivo como ponerse una chaqueta para combatir el frío. 

Tampoco es que se relacionasen con mucha gente.

Una noche Aitana se despertó con los gritos de Luis. Fue la primera de muchas noches similares. Durante meses las pesadillas se convirtieron en una constante.

Soñaba con la noche en la que Mencía había muerto, solo que no era a ella a quien mataba Alberto en sus sueños, sino a Aitana.

No había que ser un genio para interpretar aquellos sueños.

Y no era como si pudieran acudir a psicólogo para intentar solucionar el problema.

De forma que Aitana podía hacer poco más que secarle las lágrimas cuando se despertaba gritando y llorando y asegurarle que estaba allí, con él y que estaban a salvo.

Aitana volvió a pintar. Una de las cosas favoritas en el mundo para Luis era llegar a casa, sacarse el traje de Pablo y encontrarla vestida solamente con una de sus camisas ante un lienzo en blanco mientras en el exterior la nieve lo cubría todo.

Al acabar el curso, dudaron si seguir en Terranova o buscar un nuevo destino.

Aitana se sentía a gusto con las clases de la universidad y el trabajo, que sin ser una maravilla, la mantenía ocupada. De modo que se quedaron un curso más a pesar del riesgo que suponía. 

Aunque bromeaba y decía que se convertirían en los nuevos Elvis y Marilyn con gente rumoreando que, en realidad, estaban vivos, Luis echaba un poco de menos la libertad con la que se había movido en los años previos.

Claro que no lo cambiaría por despertarse todas las mañanas al lado de Aitana.

Poco a poco fueron tejiendo sus rutinas. Como su forma de darse los buenos días.

- Deberías marcharte y volver con tu familia.

- Debería quedarme y pasar el resto de mi vida contigo.

Sin tierra ni sueloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora