Decepción

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Capítulo 30

Abro los ojos y estoy en una clase de estacionamiento, totalmente recostada sobre el pavimento, aún tengo mi pijama puesta pero ya no estoy en mi habitación, miro alrededor y veo las líneas que dividen los espacios para los autos, sin embargo no hay auto alguno.

Escucho el ronroneo de un motor, me pongo en pie de un salto y veo que frente a mi está un auto viejo, color negro, con las luces de los faros apuntándome, empieza la marcha a toda velocidad contra mí, intento correr pero mis pies se han quedado fijos en el suelo.

-¡Para, por favor, detente!- le suplico al conductor gritando.

Parece no escucharme ni tampoco verme porque no se detiene.

-¡Ayuda, alguien, por favor!- grito intentando zafarme de mis pantuflas sin embargo es inútil.

Miro al frente, sintiendo como el corazón me martillea en el pecho, hasta que mis ojos quedan fijos en el conductor, es el maldito que me ha estado acosando, me sonríe y acelera aún más…

Abro los ojos sentándome exaltada con los latidos a toda prisa y la respiración entrecortada, solo ha sido un sueño.

Me inclino hacía el cajón de mi buro, rápidamente saco mi inhalador y lo uso con manos temblorosas. Miro la hora, 3:54 a.m.

Vuelvo a poner el inhalador en su sitio e intento calmarme, ha sido tan realista que incluso puedo sentir el metal frio por mi cuerpo. Entonces un pensamiento me ilumina milagrosamente:

Me ha mandado un mensaje, entonces puedo rastrear el teléfono y eso me llevaría a él, saber dónde se esconde y podré ir con la policía a entregarlo para que se pudra en la cárcel.

Me levanto rápidamente y voy a mi ordenador que está sobre mi tocador, también tomo el móvil.

Busco una de esas aplicaciones para rastrear teléfonos e instalo la primera que encuentro, tecleo el número con manos torpes y sudorosas, me aparece un pequeño mapa con la ubicación actual del teléfono, hago una captura de pantalla y me envío la imagen al móvil, me levanto y voy a mi armario.

Tomo lo primero que encuentro, un pants negro, una camiseta negra y una sudadera azul, además me pongo unos tenis color negro, me recojo el cabello en una coleta, tomo una pequeña mochila en la que pongo mi móvil, gas pimienta y algo de dinero.

Salgo de la casa cerrándola con pestillo, el frio de la madrugada me envuelve el cuerpo sin embargo los nervios no me permiten tener frio.

Saco el móvil y llamo a un taxi.

Quince minutos después lo tengo estacionado frente a la casa, subo y miro el mapa en el teléfono.

-A la estación del metro 32 por favor.- le indico al conductor quien inicia la marcha hacia mi destino.

¿La estación del metro?, quien diablos está en la estación del metro a las cuatro de la mañana, esto es una prueba más de que este hombre está completamente desquiciado.

Miro por la ventana con el corazón resonando en mis oídos, las manos me sudan y mi labio inferior tiembla de miedo, probablemente está no sea la decisión más inteligente que he tomado, pero no pienso enfrentarme a él, solo saber exactamente donde está para poder entregarlo a las autoridades.

-Llegamos.- me indica el conductor.- son cincuenta pesos.-

Le entrego el dinero y bajo del taxi.

Miro lo que tengo frente a mí, es una entrada al subterráneo, las escaleras son de cemento, el lugar está iluminado por unas tenues luces que arrojan unas lámparas que cuelgan peligrosamente del techo, escucho el chillido de las vías contra las ruedas del metro. Inhalo profundamente y bajo las escaleras a toda velocidad.

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