La escena ya debe haberse repetido diversas veces: usted dijo lo que no debía decir y terminó provocando mayores confusiones e incluso lastimó a alguien. Cuando usted se dio cuenta del impacto que provocó aquel comentario suyo sin pensar, terminó sintiéndose culpable durante muchos días, devastado, y se prometió a sí mismo ya no hacer eso, al final, está de acuerdo con que siempre dice lo que no debe.
Pero, después de un tiempo, ¡mire quién volvió a hacer lo mismo! Es más, usted ya prometió dejar de hacer innumerables cosas que le deñaron, o por lo menos le hicieron sentirse así alguna vez en la vida, ya sea en cualquier aspecto, principalmente espiritual.
Lo que muchos no comprenden es que todos nosotros —en la condición de pecadores que somos— estamos condenados a equivocarnos:
“Por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios, siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús” (Romanos 3:23-24).
La diferencia acontece conforme a lo que hacemos tras el error cometido. Muchos se inquietan por dentro, se culpan, sufren, pero, a la primera oportunidad, están haciendo todo nuevamente, para, al final, volver a sufrir por eso y angustiarse. Así viven el ciclo del remordimiento. Esto mientras las consecuencias aún no son graves, tal como fue uno de los casos más conocidos de remordimiento de la humanidad, el de Judas Iscariote. Durante 3 años él caminó lado a lado con el Señor Jesús, pero no generó en él un cambio de carácter. A la primera oportunidad que tuvo, traicionó a Aquel a quien llamaba ‘maestro’ por 30 monedas de plata. Y no solo eso, con un beso les indicó a los verdugos quién era Jesús. Pero el dolor del remordimiento después se apoderó de su ser y se angustió tanto por haber hecho aquello que tomó una decisión equivocada: el suicidio (Mateo 27:3-5).
El remordimiento incluso le hace ver el error que cometió, pero no hace la diferencia en su vida. El arrepentimiento sí. El obispo Macedo, en su libro Pecado y Arrepentimiento, aclara: “Ahora bien, si el remordimiento no pasa de un sentimiento de culpa cobrado por la conciencia, solo puede producir malestar durante cierto tiempo, lo cual de inmediato será olvidado. Nada más. Pero el arrepentimiento es diferente e implica cambios de comportamiento en relación al error”.
Entonces, ¿cómo es posible vivir un verdadero arrepentimiento y detener de una vez ese ciclo de remordimiento? El obispo orienta sobre 3 actitudes:
1.er paso: Ver el pecado: Admitir un error es una de las cosas más difíciles para el ser humano. Cuando eso sucede es porque la persona dejó que el Espíritu Santo actuara, ya que Él es quien nos convence del pecado (Juan 16:8). “Para que haya arrepentimiento es necesario, en primer lugar, que la persona equivocada considere su error; es decir, es necesario que asuma su error valientemente, analizando por qué cometió aquel delito y dónde fue que empezó a caer en pecado”, orienta.
2.° paso: Confesar el pecado: No sirve admitir que se equivocó y simplemente intente olvidarlo después. Admitir también requiere la acción de confesar el error a Dios por medio de la oración y, si es necesario, las personas afectadas por él. “Si admitimos el pecado y no lo confesamos, entonces este se queda guardado en el ‘almacén’ del corazón; más tarde, este atraerá más pecados. Es como el demonio, cuando entra a la vida de alguien y trae consigo a otros peores que él”, explica el obispo. Por eso, el diablo intenta convencer de que esa actitud no es necesaria, colocando la vergüenza, el miedo de lo que van a pensar. Pero mantener ese secreto es crear un terreno fértil para cometer el error nuevamente. La confesión, además de demostrar humildad, anula el poder del error:
“Si confesamos nuestros pecados, Él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad” (1 Juan 1:9).
3.er paso: Detestar el pecado.
El obispo resalta que si la persona comete un pecado, lo admite y lo confiesa, pero no toma actitudes que demuestren su repudio contra este, entonces “volverá a tocar más fuerte la puerta de su corazón y forzará insistentemente la entrada”.
Cuando fallamos y no nos arrepentimos, es como si estuviéramos despreciando a Dios. “El arrepentimiento es un don de Dios y una condición que Él nos ofrece para poder corregirnos con Él”.
¿Qué errores usted insiste cometer, aun cuando su voluntad es no equivocarse más? ¿Acaso lo que falta es seguir esos 3 pasos y tener un arrepentimiento sincero?
¿Usted ya pasó por la experiencia de hacer siempre algo mal, sentir remordimiento por eso, pero no cambia? ¿Qué sucedió cuando se arrepintió verdaderamente? Compártalo con nosotros en los comentarios. Su experiencia puede ayudar a otras personas.
Tomado del blog Universal México.
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Cerca de DIOS © [Segundo Libro]
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