¿Y si te enamorases sin querer del chico del bando enemigo?
¿Qué harías?
Porque Max Gallant no tiene la más mínima idea.
《4to libro de la saga Rainbow》
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Max.
El sonido de los disparos quedaba amortiguado en aquel gran depósito de techo altísimo.
Dentro era todo polvo y desorden.
Aún no he soltado a Chester y nos encamino hacia detrás de una vieja maquina que hay a nuestra derecha.
—¿Estás bien? —digo recuperando el aliento mientras nos sentamos en el suelo mugriento.
Él asiente, con lágrimas secas en las mejillas.
—Llama a una ambulancia. —es todo lo que dice.
Con una mano hago caso a su orden y con la otra lo aprieto contra mí. Está temblando y no deja de sacudirse con los sollozos.
Pasan diez minutos hasta que llega la asistencia médica. Los disparos han cesado hace tiempo, quizás uno que otro ocasional grito de rabia.
No sé si se han retirado todos o seguirán peleando a puños. Ahora mi única tarea es verificar a cada momento que Chester esté bien.
El sonido de la ambulancia hace que Chester se levante y corra hacia la salida. Yo lo sigo.
Los paramedicos están subiendo a Dante a la camilla para cuando llegamos a la escena. Chester corre tras ellos, sin dejar de rogar que lo salven.
Sube a la ambulancia después que su hermano y me dedica una última mirada antes de que el vehículo salga a toda velocidad, dejándome solo en aquel lugar.
Me prendo un cigarro antes de pensar en mis próximos movimientos. Necesitaba relajarme.
Los demás probablemente van a reagruparse, y sé perfectamente dónde están.
La rabia me hace caminar más rápido. Hay algo que no he podido sacarme de la cabeza y necesitaba hacerlo.
Me dirijo hacia nuestro lugar de reuniones. El Galpón no quedaba lejos y caminar me haría despejar un poco.
Llego en quince minutos. Me quedo en la puerta unos segundos, tratando de calmar mis nervios.
No pudiendo lograrlo, entro de un portazo en aquel galpón. Todos los pares de ojos presentes van a parar a la entrada, es decir, a mí.
Algunos incluso han tomado sus armas pensando que sería algún enemigo que los habría seguido hasta allí.
No los dejo recuperarse de la sorpresa y localizo al causante de mi rabia.
Brett me mira con los ojos abiertis de par en par mientras me acerco hecho una furia hacia él.
—¡¿Tienes idea lo que podrías haber hecho?! ¡¿Lo que podría haber pasado?!
El peliverde no es el único anonadado. Nadie puede creerse que le esté gritando.