¿Y si te enamorases sin querer del chico del bando enemigo?
¿Qué harías?
Porque Max Gallant no tiene la más mínima idea.
《4to libro de la saga Rainbow》
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Chester.
—Créeme, te entiendo mejor que nadie.
El chico de cabellos verdes es el primero en hablar a penas termino mi relato.
Max está agachado en frente mío pasándome un algodón con alcohol por los lugares lastimados. Está callado y no ha dicho mucho desde que pasó a buscarme por casa. Bueno, ya no es mi casa.
¿Qué haría ahora? ¿Dónde demonios iba a vivir?
Odiaba todo. Tenía tantos sentimientos dentro que sentía que iba a explotar.
Estar rodeado de Dark Shadows (¡en la casa de uno de ellos!) se me hace raro. Me siento expuesto, desprotegido; como si me fueran a atacar en cualquier momento.
Pero Brett y Jackson, el cual acababa de enterarme su nombre, no han hecho más que ser buenos conmigo. Claramente al tanto de lo mío con Max.
Lo mío con Max...
Todavía no me creo que exista un nosotros. Así, tan fácil. Se me llena el interior de alegría cada vez que lo pienso. Parece tan irreal que tengo miedo de que sea un sueño. Algo frágil que puede destrozarse en un micro segundo.
Estamos todos en la sala de aquella mansión. Todo era un poco oscuro y tétrico, los colores sobrios de los muebles y paredes no ayudaban a mejorar el ambiente.
—Bueno, haber salido de aquel grupo es algo positivo, ¿verdad? —opina Jackson.
Yo asiento, sin saber que decir. No podía creer que mi padre realmente me haya echado. No es que me moría de ganas de estar con los Dark Blood, jamás que gustó aquello, pero que me haya corrido de la casa... espero que Dante lo haga entrar en razón.
Brett y Jackson se levantan y desaparecen de la sala, diciendo que iría a preparar la cena. Max y yo nos quedamos solos.
Sigue en silencio, ahora acomodando las cosas en el botiquín de primeros auxilios.
—Estás callado. —digo casi en un susurro.
Analizo su expresión. Sus ojos verdes centrados en el suelo, su piel pálida, su cabello revuelto. Parece estar cansado. Retengo el impulso de abrazarlo con fuerza.
—No puedo creer que tu padre te haya... hecho todo lo que te hizo. —su voz monótona va acorde con su expresión desenfocada, casi perpleja.
Sale de su estupor para dedicarme una mirada dulce, su pulgar acaricia mi mejilla probablemente con hematomas.
—No sé qué voy a hacer, Max. —me quiebro. En contra de mi voluntad las lágrimas cálidas resbalan por mi rostro, mojando su dedo.
Sus brazos se cierran alrededor de mi cuerpo y su aroma invade mis fosas nasales, llenándome de tranquilidad y cariño.