Capítulo 20: Perdón, Allen.

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Max

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Max.

Se me traban los pies.

Me piso a mí mismo y me tambaleo. Me agarro de Allen y ambos soltamos carcajadas, quizás demasiado divertidos, exagerando las cosas, demasiado borrachos. Todo es borroso y demasiado gracioso, el dulce mareo me obliga a caminar en zig zag.

Salimos a la casa del patio a buscar leña, los pies se nos entierran en la nieve y el vaho sale de nuestras bocas. Los copos de nieve caen sobre nuestros hombros mientras nos bebemos las casi vacías botellas de vodka.

—¡Espera, Max! —Allen se detiene de golpe y yo me choco con su espalda. Sale una risa temblorosa de mi boca—. ¿Y si nos perdemos en el bosque y morimos congelados?

Preocupaciones de borrachos.

—¡Y encuentran nuestros cadáveres azules y tiesos! —digo con miedo.

Nos tomamos de la mano, con un miedo irracional, y avanzamos a la casa que estaba a menos de cinco metros de distancia nuestro, por lo que era imposible que nos perdiéramos y muramos congelados.

Allen toma el pomo de la puerta y tira, esta cruje y se abre tras empujarla un poco. Dentro hace un frío tremendo.

Ambos temblamos y apretamos la mano del otro. Con mi mano libre busco el interruptor de la luz. Una cálida iluminación amarillenta nos muestra en interior. Es como una la versión miniatura de la cabaña principal.

Tiene unos pocos muebles básicos y leña. Leña amontonada en todos los rincones del lugar. El salón principal comparte espacio con la cocina y dos puertas al fondo dan lugar a un baño y una habitación.

Cierro la puerta a nuestras espaldas a la vez que Allen empieza a tomar algunos leños.

—Prenderé la chimenea para no morirnos de frío. —digo sin esperar su respuesta.

Dejo la botella vacía arriba de la mesa y antes de que pueda tomar un leño, siento los dedos de Allen subir por mis brazos. 

No me doy vuelta. No puedo. 

Me cuesta analizar todo de manera adecuada debido a la neblina que el alcohol le había puesto a mi parte racional. 

Las manos de Allen se unen a las mías. Siento su frente pegarse a mi espalda.

—Sé que debería rendirme... —lo escucho murmurar, más hablándose a sí mismo que a mí, debatiendo con sus propios sentimientos—. Max... estoy enamorado de ti desde que te conozco. No puedo sacarte de mi cabeza...

Un poco aturdido y tembloroso, me doy vuelta.

La ternura en sus ojos me calienta el corazón. Es tan lindo.

—No... Allen... —subo mi mano hasta su mejilla, él ladea su cabeza y cierra los ojos disfrutándo de mi toque—. No soy bueno para ti...

Él abre los ojos y un brillo distinto cambia totalmente sus intenciones. Es deseo puro.

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