Capítulo 34: Los finales felices son para los cuentos de hadas.

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Max

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Max.

Nos quedamos helados.

Casi sin creer lo que esta delante de nuestros ojos.

Un pensamiento fugaz que desaparece tan rápido como aparece, me asalta: ¿y si este es el fin? ¿Es así como termina esta historia? ¿Acaso Chester y yo no estamos destinados a tener un final feliz como todas las parejas? ¿Como Brett y Jackson?

El terror de ese pensamiento haciéndose realidad, me estremece.

Es Dante quien rompe el silencio tenso, casi tétrico.

-¿Cómo escapaste de la policía?

-¿La policía que tú y tu hermano me enviaron? Malditos traidores, ayudando a los Dark Shadows... ¡Les di todo!

-¡Nos diste una mierda! -explota Chester a mi lado, me pongo despacio enfrente suyo, protegiéndolo con mi cuerpo-. Si realmente te hubiésemos importado nos hubieses mantenido lejos de este mundo. Del peligro.

Los ojos de su padre transmiten una rabia enfermiza que no puedo soportar mirar. Bajo los ojos hasta la mano que sostiene el arma, esta sin seguro pero al menos sus dedos no están en el gatillo. Pero podrían estarlo en cualquier instante.

-¡Eres el menos indicado para hablar! Maldito, ni siquiera eres capaz de elegir bien con quien te revuelcas. -me dedica una mirada de asco digna de un óscar.

-¿Por qué no nos dejas en paz? Esto se ha acabado, padre. -es Dante el que intenta razonar, pero yo no creo que vaya a funcionar. La mirada en los ojos de su padre me dice que está dispuesto a todo, ya no tiene nada que perder y eliminará a todo el que pueda antes de que lo capturen a él también-. Se terminó tu negocio corrupto, estás solo, ríndete y entregarte a la policía y quizás sean buenos con tu condena.

Los ojos del señor Reineck se abren al igual que su mandíbula, no puede creer que esas palabras salgan de la boca de su hijo mayor.

-¿Mandarías a tu propio padre a la cárcel? -sale en un hilo de voz, sorpresa mezclada con furia y decepción-. Eres el que más me sorprende de los dos... Creí que tu serías fiel hasta el final. ¡Deberías pudrirte en la cárcel conmigo! ¡No eres ningún Santo digno de perdón con todas las cosas que has hecho!

Chester avanza, se me escapa de las manos cuando intento detenerlo, ¿por qué se acerca? ¿Por qué se escapa de la protección de mis manos? No soporto verlo acercarse tanto a un hombre inestable con un arma en sus manos. Necesito que vuelva, que este a mi alcance, fuera de la mira de esa maldita arma.

-Has perdido, déjalo ya, padre... -se acerca con una sonrisa que intenta ser dulce, una sonrisa perfecta de un hijo a un padre; aunque sé que por dentro está temblando de miedo, puedo verlo en la forma en que avanza con cautela, cuando extiende una mano temblorosa hacia el hombre que lo engendró-. Terminemos esto bien y sin sangre derramada.

Su padre levanta el arma.

Empiezo a acercarme, no sé si estoy corriendo o siendo cauteloso, y en realidad no me importa. Lo único que tengo en mente cuando me muevo, es que esa bala no sea para mi Chester.

El menor de los Reineck le tiende la mano a su padre para que este le entregue el arma.

Pero un disparo explota en la noche fría y silenciosa.

Pero un disparo explota en la noche fría y silenciosa

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Chester.

Me encojo por el fuerte sonido.

Estoy aturdido. Siento que no veo nada. Luego el silencio precede al fuerte sonido del disparo.

No veo nada porque alguien se ha colocado delante mio.

Hago un chequeo mental de mi estado. No me duele nada, no estoy herido.

Entonces... ¿quién... ?

Mi mirada por alguna razón va hacia el piso, en el cual se esta formando un charco se sangre importante.

Con el corazón agitado levanto la cabeza.

La cabellera roja hace juego con sus manos.

Se tambalea y su espalda cae hacia atrás. Lo atrapo, cayendo arrodillado con su cuerpo entre mis brazos.

No relaciono lo que veo, estoy en una especie de estado en el que tengo la mente totalmente en blanco y a la vez llena de sentimientos.

¿Es Max? No puede ser él. No. No. No.

Mi cabeza no deja de repetir esa negación. No.

¿En que momento se ha metido en el medio el desgraciado?

Cuando me animo a bajar la mirada me horrorizo.

La sangre sale de su pecho. Tiñe su ropa y sus manos. Mi ropa y mis manos. Tiene en sus ojos una mirada perdida en las facciones de mi rostro.

-No, no, Max... -él intenta hablar pero tose escupiendo sangre. Mis manos tocan sus mejillas, su cabello, sus manos.

Mis lagrimas caen en sus mejillas pálidas.

He dejado de prestar atención a mi alrededor, creo que Dante se ha puesto a pelear con papá. creo que lo está golpeando. Creo que ha llamado a la ambulancia y a la policía.

No lo sé, solo tengo ojos para Max, quien está muriendo en mis brazos.

Sonríe. O al menos eso intenta. Sus dedos manchados acarician mi mejilla.

-Joder, cómo te amo...

Y a mí se me rompe el alma en pedazos irremediables, que no van a volver a fusionarse nunca más.

-Cállate. No hables, no. Max, por favor. No me hagas esto.

Pero el idiota no me hace caso.

-Deberíamos haber tenido un mejor final... Nos lo merecíamos, bebé... Te prometo que lo tendremos. -sonríe nuevamente, el brillo de sus ojos es ya casi inexistente-. En otra vida, claro...

No quiero escuchar esas cosas. Pero algo en el fondo de mí lo sabía. Vuelvo a evaluar la herida. Sé lo que va a pasar.

El sonido de la ambulancia empieza a sonar a lo lejos, suena en mis oídos de forma ahogada, como si no fuera real. Y rezo porque no lo sea, que esto sea todo un sueño. Y, sin saber cómo lo sé, veo el preciso momento en que la vida abandona sus ojos.

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