EPÍLOGO

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Ciertamente la vida en Nueva York les había sentado de maravilla a la familia Anderson-Hummel; a pesar de todo, lograron terminar sus estudios y conseguir trabajos estables. Kurt fue contratado en Vogue.com, y amaba profundamente lo que hacía, mientras que Blaine era exitoso, componiendo música para reconocidos cantantes y bandas. Incluso, comenzaba a considerar la idea de grabar un álbum propio, algo en lo que el castaño le había insistido muchísimo, argumentando que poseía una hermosa voz.

Ellie también había cambiado muchísimo, ya no era la pequeña niña que correteaba por el lugar, jugando con sus padres; no. Ahora tenía seis años y una personalidad encantadora, tan sociable como Blaine y determinada como Kurt.

El castaño se sentía pleno, lleno de energía y feliz de la vida que vivía; sintiendo que nada podría alterar la paz y rutina que tenían instaurada desde hace tiempo. Entonces, un día de lluvia perdió su paraguas, empapándose hasta los huesos y pescando una fuerte gripe. Blaine se mantuvo al pendiente de su esposo, cuidándole, chequeando su temperatura y comprando caldo de pollo para animarle; además de ser particularmente cariñoso con él, consintiéndole en todo sentido.

Los días pasaban y, a pesar de que la gripe había amainado, el ojiazul no volvió a sentirse del todo bien. Frecuentemente experimentaba fuertes jaquecas, mientras estaba en la oficina, además de incómodos dolores en todo el cuerpo. Sin embargo, decidió no darles mayor importancia a sus dolencias, en pos del cumpleaños de su esposo, que se aproximaba.

Blaine cumpliría veinticinco en sólo dos semanas, y el castaño deseaba organizar una gran celebración, invitando a los padres de Blaine y a los suyos. No eran muy sociables, por sus apretadas agendas, pero también consideró a sus vecinos, una joven pareja asiática que adoraban a Elizabeth y siempre se tomaban el tiempo de hablar con ella.

Cuando sus padres llegaron, el departamento se llenó de risas y conversaciones. Ellie estaba feliz de ver a sus abuelos y no podía contenerse de mostrarle lo bien que le iba en su escuela, además de los numerosos premios por participar en cuanta presentación podía.

- Cariño, ¿aún no te has recuperado de tu gripe? – preguntó Carole, mirando con escrutinio al menor, notando el sudor frío que cubría su pálida piel - ¿Te sientes bien?

- Sólo... estoy algo mareado... - Kurt puso una mano en su frente, sintiéndose nauseabundo – Es que... he tenido trabajo extra estos días... - forzó una sonrisa – Con lo del cumpleaños...

- Deberías recostarte un momento – sugirió la mujer, preocupada – Yo puedo encargarme del resto.

- ¿Segura? – dudó el ojiazul – No me gusta que vengas a trabajar de más... se supone que son mis invitados.

- Somos familia, Kurt... - Carole le dio una sonrisa maternal – No te preocupes por nada, ve a descansar.

Kurt entró a su cuarto, apoyándose del mueble junto a la puerta, cuando un fuerte mareo casi lo tira al piso. Al recuperar el equilibrio, tuvo que correr al baño, regresando lo poco que había comido ese día.

- Mierda... - gruñó, sujetándose con fuerza al inodoro – No de nuevo...

El castaño había enviado lejos los pensamientos que ahora lo abordaban, negándose a pensar en ello, porque simplemente no era posible. Kurt solía ser demasiado meticuloso, como para sufrir un descuido, por lo que descartó totalmente esa opción. Sin embargo, cada día los síntomas que lo golpeaban eran más y más similares a los ya experimentados, aterrándolo. Además del hecho que había tomado antialérgicos y medicinas que pudieron alterar su tratamiento.

Sólo faltaban dos días para el evento que llevaba semanas organizando, y no quería que nada de última hora lo arruinara.

Al día siguiente, incapaz de contener su incertidumbre por más tiempo, decidió comprar una sencilla prueba casera de embarazo. Si el resultado daba positivo, entonces podría pensar con claridad que debía hacer.

¿Quién Es El Padre? [Klaine]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora