Capítulo I: Amigos

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Capítulo I

Amigos

El hombre caminaba por entre las ruinas del antiguo palacio real de Parac-do. Estatuas de gran tamaño, frescos deslavados por el tiempo y grabados en las incompletas paredes del recinto, contaban con orgullo, la leyenda de sus héroes de antaño.

Pero no había hombre o mujer representado ahí. Eran bestias glorificadas con cuerpos monstruosos que ninguna persona había visto en la historia de la humanidad. Nunca jamás.

El cielo de aquel mundo, que se vislumbraba por entre los restos de lo que alguna vez fue un techo, era carmesí, y los soles que le adornaban brillaban con un tinto espectral. La tierra bajo los pies del solitario merodeador podía ser de cualquier color, pero un ojo humano jamás lo descifraría. ¿Cómo podría?

El hombre siguió por un largo pasillo que lo condujo a unas escaleras, que lo condujeron a las entrañas de la tierra misma, que lo conducían a su objetivo. El palacio no estaba hecho de roca, no. Era un material negro, parecido a lo que los humanos conocían como ónix.

En las oscuras profundidades (sirviéndose de una antorcha para no tropezar) el hombre encontró por fin su objetivo: Una tumba, una de las más famosas en aquel mundo. Era una cripta pesada, como no había igual en el mundo de los humanos.

Movió con una sola mano la ceremoniosa cripta, como si ésta fuera de cartón. Asomó su rostro adentro y rodeado por cenizas que alguna vez fueron un ser de aquellas tierras, estaba lo que había ido a buscar: Un medallón. Pero no era cualquier medallón, no. Era el instrumento que habría de reactivar las esperanzas de su legado. El medallón era de de color cobrizo. Tenía el grabado de un animal similar al águila de la tierra de los humanos, sólo que no lo era.

Tomó el objeto con ambas manos y sonrió.

El primer paso estaba dado.

Había gritos, risas y quejidos a su alrededor. Algunos festejaban a cada impacto, otros sólo exclamaban frases de lástima o fingida preocupación.

Abrió los ojos sólo para ver el rostro de todos. Ahí estaban: animales fácilmente impresionables, personas que habían hecho de este tipo de actividades, el momento cúspide de su semana. Había hombres y mujeres, jóvenes y viejos. Algunos con una bebida embriagante en la mano, otros con las nuevas drogas que se vendían en la ciudad.

Un golpe más dio en su rostro. El enorme, gordo y calvo hombre que lo impactaba una y otra vez, tenía la expresión llena de rabia y petulancia. Era definitivamente un contraste con la apariencia de David.

David no tenía para nada la altura de su agresor, pero tampoco podía avergonzarse. Era alto, sí, pero sólo por encima de la media, además, estaba en muy buena forma física, casi sin proponérselo, sólo había sido así desde siempre. También, a diferencia del hombre que tenía enfrente, contaba con suficiente cabello como para considerarlo desaliñado; no muy largo, pero sí frondoso y alborotado, de un color castaño claro. Para desgracia de todas las chicas que se encontraban en el lugar (las cuales sufrían cada que lo golpeaban) era bastante bien parecido. Tenía un rostro ligeramente redondo pero compuesto de delgadas y delineadas facciones. Sus ojos eran de un color extrañamente ámbar, los cuales estaban contorneados por dos cejas bastante pobladas.

El troglodita levantó a David con ambos brazos y lo lanzó hacia uno de los extremos de la jaula de acero inoxidable que los mantenía dentro del improvisado cuadrilátero de pelea. David cayó pesadamente al suelo y la algarabía gobernó el ambiente. El chico levantó el rostro y buscó por toda la barra de aquella maloliente cantina a sus amigos.

Focus Lumen 1: Factor CeroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora