Epílogo

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Epílogo

 

         David despertó clamando oxígeno con grandes bocanadas. Hacía unos momentos, soñaba con estar atrapado en una tumba de diamante, y sintió que el ahogo aplastaba sus pulmones.

         Todo había sido tan real, tan vívido. La muerte de su amigo, los extraños sujetos de otros mundos, la batalla en una región desolada. Había sido tan real, que tardó unos momentos en reconocer su propia habitación. Era el ático, a decir verdad, pero había tenido que mudarse ahí cuando su pequeña hermana nació, hacía cinco años. De cualquier forma no estaba del todo mal. Tenía más espacio para sus cosas, siendo la más significativa, un librero repleto de textos escolares y de literatura inglesa (su favorita). Había también, una guitarra que descansaba en una de las esquinas, y justo al lado de su puerta de madera, una computadora personal acompañada de una torre de discos compactos.

         Su cama estaba justo al pie de la ventana, que le ofrecía una hermosa vista al resto de la pequeña población, que se extendía a las faldas de una majestuosa montaña. El sol comenzaba a salir ya, y decidió que sería inútil tratar de conciliar el sueño, así que abandonó su cuarto y bajó unas chillantes escaleras de madera hasta llegar a la planta baja. Cruzó la sala adornada con elegantes y modernos muebles de colores primaverales y se dirigió a la cocina, donde sus padres ya desayunaban, listos para empezar el día.

         Fue extraño verlos, como si en realidad hubieran regresado de la muerte. Aquel estúpido sueño;  de verdad lo había trastornado. Su padre, hombre alto y elegante, con cabello perfectamente peinado con la ayuda del fijador en gel, vestía traje y una corbata. Tomaba un café y leía el periódico, cuando reparó en la presencia de su hijo.

-Esto sí es una sorpresa. No tuvimos que bajarte a cubetazos de agua fría esta vez –dijo el padre en tono de burla.

-Ya, déjalo en paz –pidió la madre- ¿Quieres desayunar, cielo? ¡oh!

         David no se había podido contener, y fue a abrazar a su madre, quien le dirigía una complacida y sorprendida sonrisa. Su madre era hermosa: cabello almendrado, piel mestiza y suave, ojos marrones y la sonrisa más cálida del mundo.

-¿Y a qué debo tan hermoso e inesperado detalle? –cuestionó intrigada.

-No lo sé –aceptó David- sólo, me parecía correcto ¿Sabes?

         David tomó asiento en una de las sillas del comedor (hecho de cristal y adornado con finos tallados) y miró todo a su alrededor. Se sentía aliviado de estar despierto.

-Bueno, no es que no quiera seguir presenciando más de tu renovado comportamiento –dijo el padre- pero tengo que ir a trabajar. Asegúrate de dejar a tu hermana en la guardería ¿Vale? Y no olvides su almuerzo de nuevo.

-Una vez papá, sólo fue una vez.

-Es más que suficiente. Hasta luego cariño –le dijo a su esposa, dándole un tierno beso. David giro los ojos con asco fingido-. Que tengas buen día, Campeón –se despidió de él, sacudiéndole el ya de por sí enredado cabello, antes de salir del comedor.

-Gracias papá, tú igual.

-¡Y córtate ya esa melena, cada día pareces más un san Bernardo! –pidió, su padre, para después, dejar la casa.

         David se encogió de hombros y aceptó de buena gana el plato con huevos y tocino que su madre le ofrecía. Una pequeña de apenas cinco años, entró arrastrando los pies y frotándose los ojos con pereza. Llevaba una diminuta pijama de animales completamente caricaturizados y su cabello castaño, apenas recogido por detrás de la nuca. Abrió la boca con un bostezo tan grande, que parecía querer terminar con el aire de la habitación. Jaló la silla que estaba al lado de David con un esfuerzo que parecía superar su cuerpecito, y se sentó con delicadeza, dejando sus pies al aire y perdiendo una de sus pantuflas en el proceso.

Focus Lumen 1: Factor CeroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora