Capítulo IX: Nuevos planes, grandes negocios.

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Capítulo IX

Nuevos planes, grandes negocios.

 

         Uriel caminaba sin prisa alguna por un largo túnel, cuyas paredes estaban hechas de un raro cristal, que sólo se daba gracias a la arena oscura de Parac-do. El túnel cruzaba el patio principal del castillo, lugar donde residían las cuatro torres que servían como aposentos a los generales, una en cada esquina. Eran columnas gigantescas, tan grandes como los más imponentes rascacielos que algún día habían construido los humanos. Contaban que, dentro de cada torre, sus respectivos inquilinos habían pedido que se construyeran unas cuantas excentricidades que combinaban a la perfección con cada personalidad. Nadie nunca había visto aquello por supuesto.

         Gracias al material que componía el pasillo, Uriel podía observar a la perfección, los jardines y estatuas que le daban al castillo, un aire solemne. Los jardines eran parecidos a los de la tierra humana. Césped (que no abundaba en aquel mundo) invadía todo el suelo, mientras hermosos frutos de diversos colores, crecían en arbustos de tamaño poco considerable. Por otro lado, había especies de flores tan grandes como una persona, que intimidaban a todo aquél que las veía por primera vez. Había una, especialmente abundante, que tenía un característico tallo dividido a la mitad por lo que parecía ser una especie de canasta. Sus pétalos de color carmesí, anchos y curvados hacia adentro, formaban una mandíbula con la cual, atrapaba cualquier pequeño ser que tenía la mala suerte de pasear por sus alrededores para después depositarla en la canasta, donde poco a poco se disolvía, nutriendo a la planta. Pero por lo demás eran bastante hermosas.

         Las esculturas de piedra representaban a cada uno de las especies de Parac-tos que existían. Aquellos más comunes era los Dac-tos. Pequeños seres de altura precaria, que tenían la característica piel petrolífera llena de escamas puntiagudas, con una cabeza que poseía un rostro afilado, con ojos de parecida forma y una nuca que terminaba en pico, al igual que los codos y las rodillas. Había un par más que Uriel no alcanzaba a distinguir desde su posición, pero tampoco le importaban; ya había encontrado en su camino, a más de una docena de especies Parac-tos. No necesitaba verlas en piedra.

         La eterna noche del mundo no era precisamente eso. Pero así le gustaba llamarla. En el cielo, tres grandes esferas que podían ser considerados los soles de Parac-do, despedían, al contrario de la luz blanca de su hermano en la otra dimensión, una iluminación entre azulada y violeta, lo que le daba a todo ese mundo, colores que a Uriel siempre le habían resultado fascinantes. Para empezar, ahí su cabello no parecía una paleta de caramelo, y obtenía colores tintos que sentía, lo hacían ver maduro.

         Cada esfera, de tamaños parecidos, podía observarse en cierto punto del cielo, a determinada hora del día  causando que el calor y la iluminación, cambiaran poco a lo largo de la jornada, por lo tanto daba la impresión de ser una noche eterna. Siempre se preguntó si las leyes de la física, aplicaban de igual forma, que en la tierra de los humanos.

         No vestía su armadura, en parte porque no la necesitaba en esos momentos, pero sobre todo por tratar de salirse, como siempre, de lo establecido. Sabía que era una regla portar su atuendo de guerra cuando se estaba en presencia de Adam; así que naturalmente, había decidido, “olvidarla”. Sólo llevaba sus extravagantes pantalones de cuero y su gabardina roja. La cual, ligeramente abierta, dejaba ver su torso desnudo.

         Mientras terminaba el trayecto a lo largo del túnel, y entraba a los aposentos de su líder, cavilaba sobre el porqué de su llamado. Como ya lo había previsto, aquellos idiotas habrían fallado su misión.

Era por tanto, lógico, que nuevamente, él sería puesto sobre el estrado.

         El cuarto al que entraba, era un recibidor de algún tipo. Una habitación no muy larga en contexto con las otras que había en el palacio. Sus muros eran negros y relucientes y tenían talladas frases de guerra elegantemente representados por las letras del idioma de los Parac-tos. Las letras tenían formas alargadas y curveadas, corondas de vez en cuando con algo que parecían dos piquetes en lo que siempre había supuesto, eran los equivalentes a las vocales humanas. El piso era blanco, lo cual en contraste con los muros, creaba una sensación chocante de luz y oscuridad.

Focus Lumen 1: Factor CeroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora