Capítulo IV: Los horizontes que se aproximan.

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Capítulo IV

Los horizontes que se aproximan.

 

         Por fin podía respirar y moverse a su antojo. Toda la energía había regresado a su cuerpo cuando hubo vuelto a su propio mundo y en esos momentos se sentía simplemente invencible. “Si tan sólo pudiera atrapar aquí a ese imbécil” pensó para sus adentros Baltasar.

         Los tres astros que “iluminaban” el ambiente, permanecían inmóviles en el cielo. Esos soles de distinto color cada uno, (violeta, tinto y carmesí) bañaban el palacio reinante de Parac-do y la ciudadela que le hacía periferia. Y sin embargo, un humano reconocería aquello como una noche. No importaba que las brillantes estrellas, inundaran con sus tonos rojizos a Parac-do, estos resultaban insuficientes para combatir la oscuridad.

         Las casas, no eran tales, sino sólo cuevas que servían como refugio de las inclemencias causadas por el clima, el cual, no daba tregua mucho tiempo. Pero no importaba. Sus habitantes sólo necesitaban tanto como eso. No había ninguna forma de comodidad, ya que no lo disfrutarían. Los parac-tos cumplían su cometido cada día y descansaban para regresar al día siguiente. Eran organizados, perfeccionistas en sus labores, con resistencia casi estoica y sin ninguna muestra de inconformidad o placer. Eran la fuerza laboral perfecta.

         Baltasar caminaba por las calles hechas de piedras lisas y brillantes, algo similar a lo que los humanos llamaban ónix. Todo alrededor parecía elaborado con ese material.

         Los seres encorvados y de piel escamosa negra que poblaban el tan singular mundo, se hacían a un lado para dejar pasar al sujeto que maldecía entre dientes. Baltasar era un fenómeno, una irregularidad en ese rebaño de apariencia petrolífera. No compartía la fisiología, ni las costumbres de la mayoría demográfica de Parac-do, pero todos conocían su poder y fuerza.

         Al llegar al centro de la ciudadela, Baltasar se encontró de frente con el enorme castillo que resaltaba, no sólo por su tamaño, sino por ser el único lugar construido con una aparente función, más allá del sólo resguardar de los elementos. Era un coloso de varios pisos de altura. Las paredes lisas, brillantes y negras, tenían orificios que pasaban por ventanas y cortinas de piedras preciosas, dividían el interior del exterior. Escritas en las paredes, había largas frases compuestas por símbolos extraños, y en cada esquina de la cuadrada estructura, una torre sobrepasaba la altura de toda la construcción

         Dos enormes criaturas resguardaban la entrada principal. Sus cuerpos eran de la misma consistencia escamosa que el resto de la población, pero su complexión era distinta. Eran casi del doble de tamaño y si fueran humanos, podría decirse que eran musculosos. Incluso tenían algo antropomórfico en ellos.

         Baltasar se paró justo enfrente de la enorme puerta construida con un metal de color gris oscuro. En el frente tenía grabados los tres astros del cielo y a un ser omnipotente que rodeaba con sus brazos las tres esferas. El ser estaba cubierto por una manta y de su rostro sólo asomaba una sonrisa casi cálida.

-Amestru denos -exclamó entre dientes Baltasar, y la enorme puerta cedió. Los dos guardias saludaron con una leve reverencia mientras él seguía su camino.

         Un enorme pasillo apareció frente a Baltasar, el cual, familiarizado con el camino, siguió sin reducir su velocidad. Llamas azules se encendieron a su lado, por encima de él, de forma instantánea y lo siguieron a cada paso que daba. Como un par de perritos falderos. No eran llamas comunes.

         En las paredes del pasillo, había cuadros representando batallas y escenas bélicas, además de puertas firmemente cerradas. Esto, sin embargo, no llamó para nada la atención del recién llegado. Como fuera, no tenía prisa por llegar, sabía lo que le esperaba. Cada estúpido paso que daba no hacía más que acercarlo a su inevitable castigo. Sabía que había fallado, que no completó su objetivo, pero, maldición, no había estado solo, Ava también estuvo ahí, era tan su culpa como la de él. Eso no iba a aminorar su penitencia, pero al menos le hacía sentir que la responsabilidad no recaía únicamente en su ser.

Focus Lumen 1: Factor CeroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora