Capítulo XIX: El factor Cero.

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Capítulo XIX

El factor Cero.

 

         No sabía si estaba vivo. La oscuridad a su alrededor penetraba hasta los huesos. Tinieblas puras y absolutas. El silencio era tal, que podía escuchar su corazón latir y el aire raspando en su nariz. Entendió entonces que seguía con vida. Había que saber por cuánto tiempo.

         Ya no sentía dolor, desapareció por completo. La inexacta sensación de vacío había regresado, pero esta vez, parecía ser una voz diferente, reclamando cobijo. Era algo más tangible, más reconocible y no tardó mucho en entender, por la costumbre y saciedad que siempre tenía en su mundo, que aquello que faltaba esta vez, era el Lumen. Su cuerpo le pedía Lumen, su alma se quejaba amargamente por un poco de la energía vital.

         Recordó lo que acababa de suceder. Si todo había pasado así, entonces él estaba… Pero no podía ¿verdad? Gabriel le explicó que no podría sobrevivir mucho en Parac-do. Sería como un pez arrojado a tierra firme. Sin la energía que resultaba indispensable para su existencia, moriría pronto. Y de ser así, no lo parecía en absoluto. Además de la incómoda necesidad del Lumen, nada en su cuerpo parecía estar fallando. ¿Qué clase de truco era aquél?

         Una irritante idea, cruzó su mente. Quizá Gabriel sólo había dicho aquello, para calmar su ansia de rescatar a Samanta. Quizá, después de todo, ese mundo no era mortal para un sello como él. Quizá el obelisco simplemente se equivocaba.

         Tomó conciencia de su propio estado. Se encontraba tirado boca arriba, en un suelo duro y húmedo. El aire era pesado, y asemejaba lo que David se imaginaba a una tumba. Extendió sus brazos y no tocó nada; al parecer el cuarto tenía un espacio razonable.

         Se incorporó con mucho cuidado de no hacer ruido, por alguna razón le parecía lo más sensato. Dio unos pasos al frente y al no encontrar nada, se animó a seguir andando.

-Yog meg detendríag sig fuerag túg –advirtió una pastosa voz.

-¿Quién está ahí? –preguntó David con cautela.

-Ohg, nog teg molestesg conmigog. Yog sólog soyg un guardiag.

-¿Dónde estoy?

-Eng unag celdag. Eng verdag teg recomienodg queg nog sigasg avanzandog –repitió la voz cuando David dio un par más de pasos- losg barrotesg estáng cargadosg deg Arumg dañinog.

-¿Arum?

-Es el equivalente del Lumen, aquí en Parac-do –respondió una voz diferente-. Te pido excuses a Goroc-me, su manejo de tu idioma es aún muy pobre.

         Un sujeto convertido en silueta por una esfera irradiante de una poderosa luz violeta que se apoderó de todo el espacio, bajaba por las escaleras situadas en la esquina más alejada del espacio que ocupaba David.

         Aunque el brillo quemaba los ojos del sello por el cambio repentino de iluminación, el chico no separó la mirada del personaje que recién llegaba más que para observar el lugar en donde aparentemente, estaba atrapado. Era una prisión con solo dos celdas, una después de la otra. Parecía encontrarse bajo tierra, pues nadie se había tomado la molestia de resanar o adornar las rocosas paredes que sudaban humedad en grandes proporciones.

         La recién llegada voz, pertenecía a un delgado y alto hombre, de piel casi albina y cabello rojo caramelo. Vestía una gabardina roja y unos pantalones de cuero del mismo color. David lo reconoció instantáneamente.

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