Capítulo XXIII: Omar, Henry y Rita.

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Capítulo XXIII

Omar, Henry y Rita.

                                                 

         Omar maldecía como para sí, pero asegurándose de que lo escucharan dentro de la casa de la que salía con una bolsa repleta de apestosa basura. Dicha casa estaba situada en medio de la nada. En los adentros de uno de los desiertos más grandes del mundo, justo en el corazón de la isla que alguna vez fue Australia.

         Era de noche y hacía un frío infernal. Los dientes de Omar castañeaban a pesar de los tres gruesos suéteres confeccionados por él mismo, hechos de las pieles de los grandes animales que aun rondaban la región.

         La casa tenía un tamaño considerable, pero era todo menos elegante; en realidad, parecía un deshuesadero de tres pisos. Láminas de grueso metal constituían los muros (eran de diferentes colores y tamaños, así que daba la impresión de estar parchada por todos lados) así como las ventanas estaban hechas de viejos parabrisas.

         Pero eran dos cosas las que llamaban poderosamente la atención: la reja haciendo perímetro de la casa, inspirada en un cuartel militar, con varias cercas de alambre y enormes lámparas que hacían virtualmente imposible, pasar desapercibido si uno caminaba alrededor y una enorme antena que daba la impresión, era demasiado peso para el destartalado hogar, que se sacudía con cada ráfaga de viento fuerte.

         Omar, por su parte, era un menudo chico, no muy alto y excesivamente delgado. Usaba unos gruesos lentes, básicos para su supervivencia diaria, y su temperamento era uno muy inestable. Tenía cabello corto y negro, pero pulcramente peinado hacia los lados. Su piel era de tonos criollos, con un bronceado de nacimiento y sus ojos: redondos y pequeños globos marrones, tenían la luz de la curiosidad en ellos. Rondaba la edad de los treintaicinco años.

         Había perdido por quinta noche consecutiva, el juego de piedra, papel o tijeras, y sacaba los desperdicios del día, a pesar de su arraigado miedo a la oscuridad y su cero tolerancia al frío. Cuando hubo descartado la bolsa con basura, (en un tambo que, al contacto con los desechos, los pulverizó con una cegadora descarga de Lumen) regresó corriendo a tomar refugio y cruzó la pesada puerta que que el y sus compañeros de vivienda habían robado de la caja fuerte de un banco abandonado en Sídney y la cerró con aun más prontitud.

         Dentro, cruzó una sala con poco piso visible (casi todo estaba cubierto por libros y aparatejos que hacían juego con la casa) y se dirigió a la pequeña mesa de madera podrida, donde Rita y Henry, leían cada uno, un grueso libro de hojas tan marchitas, que manchaban los dedos con un polvo café, cada que daban vuelta a la página.

         Alrededor de ellos habían estantes repletos de gruesos volúmenes, artículos que parecían sacados de la imaginación de antiguos gitanos (muñecas deformes, esferas de cristal tallado, monedas de oro con extrañas escrituras, etc.) y objetos de índole espiritista (pentagramas de metal, escalofriantes colguijes, pinturas esotéricas etc.). Pero lo más llamativo del cuarto, era un espejo con armazón plateado y base de madera. Nada parecía reflejarse en él y sólo mostraba extraños símbolos que no asemejaban escritura humana de ningún tipo.

         Rita y Henry buscaban en sus respectivos tomos, el significado de dichos símbolos. Junto con Omar, habían dedicado los últimos años de su vida a descifrar lo que ellos llamaban “La invasión”. Estaban seguros, que de hecho, la dimensión humana había sido invadida en tiempos del colapso por seres de otro mundo, que trataban de hacerse de sus almas.

         Rita, treintañera, delgada, cabello pintado de un morado desmarañado apenas sujeto por un par de colitas, piel tan blanca como la de un muerto, ojos color verde claro y ropa compuesta de un par de mantas multicolores, una falda roja, más larga que sus piernas (por lo cual, arrastraba el atuendo como si se tratara de un velo de novia) y unas sandalias de cuero genuino; había aprendido de sus padres, “la verdad detrás del colapso”

Focus Lumen 1: Factor CeroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora