Capítulo II: Verdades negadas, despedidas impuestas.

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Capítulo II

Verdades negadas, despedidas impuestas.

 

         David abrió los ojos. Su cabeza lo estaba matando y en su pecho había una opresión que le impedía respirar.  Se incorporó dando tientas alrededor ya que sus ojos tardaron en acostumbrarse a la luz. No sabía cuánto tiempo había pasado dormido.

         Fue entonces cuando lo notó: no recordaba nada, y no solamente cómo había llegado ahí. Realmente su cabeza estaba vacía. Miró a todos lados, desesperado. Se encontraba en una habitación al parecer de hospital. Vestía solamente una bata y tenía conectados a su pecho y cabeza, varios sensores. Una pantalla proyectada en la pared junto a su cama, mostraba los signos vitales de su cuerpo, los cuales parecían estarse saliendo de control rápidamente junto a su respiración. En una tableta, al costado, aparecía simplemente el nombre “David”; su nombre ¿quizá? No, no tenía idea de quién era, o por qué estaba, al parecer, internado.

         Trató de pedir ayuda, pero de su garganta no salió una sola palabra. Desesperado, dejó la cama y cayó de bruces. Casi al borde de las lágrimas, intentó mover sus extremidades, las cuales respondían lentamente o casi nada. Cuando por fin pudo ponerse de pie, caminó como si lo estuviera aprendiendo a hacer. Con paso lento, se dirigió a la puerta de la habitación, la cual se deslizó a un lado dejándolo pasar.

         Una y otra vez, intentó gritar algo, lo que fuera, obteniendo el mismo frustrante resultado siempre: nada.

         Al salir de la habitación, se encontró con un pasillo largo y blanco, con puertas similares a la de su habitación y, frente a ellas, una hilera de ventanas que daban a un oscuro exterior. Había camillas flotantes que, por sus posiciones, parecían abandonadas hacía apenas unos segundos.  Batas iguales a la que vestía el chico, estaban regadas por todo el suelo.

         No podía controlar su respiración; estaba en pánico. Trataba de recordar algo, lo que fuera,  pero su mente permanecía en blanco. El dolor en su cabeza se agudizó. Quizá demasiado.

         Y de pronto ya no pudo más: cayó sobre sus rodillas y se apretó el pecho, ansioso. Soltó un grito casi silente y los cristales de las ventanas reventaron al unísono.

         David despertó con un grito ahogado. Miró a su alrededor y tardó unos segundos en recordar dónde estaba. El cuarto del hotel ya se encontraba iluminado por los rayos del sol que entraban tímidamente por el balcón. Aparte de eso, todo seguía como lo había dejado hace unas horas. Los ronquidos de Abel lo tranquilizaron, simplemente por ser un sonido familiar.

         Esos sueños se habían presentado desde aquel día, el primero del que tenía memoria. Pero hacía ya meses que no sucedían. Llegó incluso a pensar que lo había superado. Una sensación de desesperación le invadió al comprobar lo contrario. Ese día en el hospital era el primero en su memoria, antes de eso, no tenía nada. Le tomó poco de tiempo entender que su fuerza y resistencia eran sobrenaturales, comparadas con el del resto de las personas. No sólo no recordaba quién era, sino que lo único que sabía con seguridad, es que era un fenómeno. ¿Cómo es que había llegado a ese lugar y qué había sucedido con él para transformarlo de esa manera mientras dormía? Eran preguntas que le torturaban a menudo.

-Televisor -ordenó en voz alta. Una pantalla apareció en el muro frente al sofá donde dormía Abel, quien despertó de un salto.

-¡Yo no lo tengo! -gritó Abel sorprendido y aun sumergido parcialmente en sus sueños. David se sentó a su lado, riendo entre dientes.

Focus Lumen 1: Factor CeroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora