Capítulo 31

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Estoy tan concentrado que lo único que escucho es el pulso detrás de mi oído y mi respiración entrecortada. Mi pulso va a mil por hora mientras me aferro con todas mis fuerzas a la roca y trato de levantar mi peso al tiempo que busco un punto de apoyo donde colocar el pie. Lo consigo. Tiro de la cuerda para engarzarla en el mosquetón y vuelvo a introducir la mano en la bolsa de magnesio que tengo colgada en los lumbares para evitar que el sudor me haga resbalar. Ahora viene la parte más complicada. Esta zona de la roca sobresale unos buenos centímetros y tengo prácticamente que saltar para poder sujetarme. Miro por encima, calibrando las mejores opciones que tengo para hacerlo. Hay dos buenos puntos, uno más lejos que el otro. Salto con todas mis fuerzas y me aferro a la roca con ambas manos mientras que mis pies quedan colgando en el aire. Apoyo los pies en la piedra y tiro de la cuerda con una mano para engancharla en el siguiente mosquetón. Subo la pierna casi a la altura del hombro para encontrar un punto de apoyo. Y cuando suelto una mano para subir un poco más pierdo el equilibrio y caigo.

Dante sujeta mi línea de vida y me mantiene pendiendo en el aire.

— ¿Qué coño te pasa? Estás con la cabeza en las nubes tío.

— ¡Déjame en paz! — Exclamo al tiempo que vuelvo a aferrarme a la pared de piedra.

Introduzco nuevamente las manos en el magnesio y trato de repetir el movimiento que antes me hizo resbalar. Y esta segunda ocasión el resultado es el mismo.

— ¡Mierda!

— ¿Estás bien? — Pregunta Dante desde abajo.

Exhalo sonoramente y miro hacia abajo.

— ¡Voy a rapelar! — Informo a Dante para que vaya soltando cuerda.

Él me hace un gesto con el pulgar, dándome a entender que me ha escuchado y yo comienzo a descender. Al tiempo que voy recogiendo mosquetones. Llego abajo y Dante me mira con una ceja alzada.

— ¿Por qué no has seguido? Ya casi lo tenías.

Niego con la cabeza al tiempo que voy recogiendo la cuerda en mi brazo.

— Hoy no es mi día.

Por lo general cuando estoy en contacto con la naturaleza me olvido de todos mis problemas. Aquí no hay quebraderos de cabeza, problemas sentimentales, económicos o familiares. Aquí soy solo yo, Dimas, en contacto con la tierra. Pero hoy no es así. Soy incapaz de sacar de mi mente la mirada suplicante de Ibaya, su voz temblorosa al pedirme perdón. El destello de pánico que vi en sus ojos cuando comprendió lo que había sucedido. Sentí tanta angustia, que incluso creí que no podía respirar. ¿Cómo lo hacía antes? ¿Cómo era capaz de pasar los días sin verla o sin escuchar su voz?

Cuando he creído que me iba a volver loco y que me derrumbaba, he llamado a Dante y nos hemos venido a escalar.

— Oye. — Me llama Dante a la vez que se pone frente a mí con los brazos cruzados. — ¿Me vas a decir de una vez qué es lo que te pasa?

Bajo la piel de Ibaya © (+18) COMPLETADonde viven las historias. Descúbrelo ahora