Capítulo 30

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No me quedan lágrimas. He llorado un mar de vuelta a casa. He tenido que parar el coche en el arcén de la carretera y apoyar la cabeza en el volante del coche mientras me desahogaba como una cría de siete años. Me duele el centro del pecho y me siento completamente vacía.

Y es lo que merezco, por haberme comportado exactamente como un infante insensato. ¿Cómo he sido tan ingenua? ¿Cómo he podido creer a ciencia cierta las palabras de Rocío? ¿Cómo no le di a Dimas la oportunidad de explicarse?

No sé qué fue lo que me sucedió, porque yo jamás suelo reaccionar de una forma tan dramática. Pero cuando vi las evidencias, creí de veras que lo que Rocío decía era cierto.

Interpretó tan bien su papel de mujer afligida y despechada... ¡Simulo incluso que tenía nauseas! ¡Por el amor de Dios! ¿Quién en su sano juicio hace algo así?

Ahora, por su culpa, lo he perdido. No me queda más remedio que vivir sabiendo que una vez tuve todo lo que podía desear y lo eché todo a perder por inmadura y estúpida.

El sonido del manos libres del coche interrumpe el silencio que me ha envuelto desde que salí de casa de Dimas. Y no lo descuelgo hasta que veo que es Yure quién me llama.

— ¿Qué tal ha ido todo mi niña? — Pregunta a modo de saludo.

— Era mentira Yure. Todo ha sido una farsa, una actuación de Rocío.

Yure tarda unos segundos en responder.

— ¿Cómo que una farsa? ¡¿No está embarazada?!

— No. La ecografía, el test de embarazo...todo falso.

— ¿Y cómo...?

— Dimas me ha enseñado los resultados de las analíticas. No hay bebé. Se lo inventó todo. — Respondo interrumpiendo su pregunta. No necesito que la termine, sé lo que iba a decir.

— Hija de puta...— Susurra Yure al otro lado de la línea. — ¿Y Dimas? ¿Qué te ha dicho?

Me encojo de hombros a pesar que Yure no puede verme.

— Necesita espacio. Le despidieron hace una semana, y encima yo no le di oportunidad alguna de explicarse. Estaba...destrozado Yure. Nunca lo había visto así. Y me siento fatal. — Reconozco antes de volver a romper a llorar. — No quiere verme, y no puedo culparlo. Tiene razón. He sido una estúpida.

— Oye mi niña, cálmate, no fuiste la única que se creyó a esa loca del demonio. ¿Dónde estás?

— Camino de mi casa. Quiero estar sola. — Reconozco antes de sorber sonoramente por la nariz.

Escucho una respiración profunda al otro lado de la línea.

— Está bien. Luego te llamo.

La comunicación se corta, y yo trato de tranquilizarme durante el trayecto de vuelta a casa. Siento un vacío tan grande en el centro del cuerpo, que es como si alguien hubiese introducido una mano en mi pecho y me hubiese arrancado alguna parte de mí. Es una sensación horrible, devastadora.

Bajo la piel de Ibaya © (+18) COMPLETADonde viven las historias. Descúbrelo ahora