Capítulo 6

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Llevo toda la noche con los ojos como un puto búho, incapaz de dormir más de dos minutos seguidos

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Llevo toda la noche con los ojos como un puto búho, incapaz de dormir más de dos minutos seguidos. Pero cada vez que lo intento los labios de Ibaya, sus ojos color miel, sus leves gemidos y su piel aterciopelada aparecen tras mi retina. He cogido el teléfono una decena de veces para llamarla y las mismas veces lo he soltado sobre la mesita como si el aparato me diese calambre. Hasta llegar al punto de apagarlo y esconderlo dentro de un cajón.

Tengo tal contradicción de sentimientos que casi no puedo respirar. Los remordimientos y la necesidad de tomar las riendas de mi vida se imponen a mi voluntad a cada segundo que pasa.

Me tapo la cabeza con la almohada y ahogo un grito. ¿Cómo cojones puede estar pasándome esto a mí?

Cuando le dije a Ibaya lo que sentía por ella jamás hubiese esperado esa reacción por su parte. Pensé que se reiría, que bromearíamos de lo absurdo de la situación, de lo incómodo que hubiese sido si finalmente aquella noche la hubiese besado. Y yo fingiría con una sonrisa que no me afectaba, que era inmune a su indiferencia, y escondería mis sentimientos tras mi coraza, bajo llave, convenciéndome de que ella solo me importa como amiga, como llevo haciendo todos estos años.

Pero jamás, bajo ningún concepto, ni en mis peores pesadillas, hubiese imaginado que sucedería lo que sucedió. Que me mirara con aquella expresión de horror y espanto en los ojos que paralizó mi corazón por varios segundos. Que se levantara de la silla hecha un basilisco, temblorosa e incapaz de mirarme. Y que saliera literalmente huyendo de mí, como si yo fuese un puto demonio invocado desde las profundidades de sus miedos más absolutos.

Tardé segundos en reaccionar, me entraron náuseas y me levanté aterrado de que por bocazas hubiese estropeado nuestra amistad. Qué después del trabajo que me costó convencerme de que tenerla como amiga sería la única relación a la que podría aspirar con ella, lo hubiese echado todo a perder. Que después de todo la hubiese perdido. Quise patearme el estómago por imbécil.

Supuse que debía estar enfadada conmigo, por decirle algo tan inapropiado teniendo en cuenta que estoy a punto de casarme con Rocío, lo más parecido que ha tenido a una hermana. Pero ¿cómo contenerme? Cuando la vi con la mirada perdida, con esos ojos soñadores que siempre he admirado, con esa media sonrisa tan característica suya, con ese rubor que le recubre a veces el rostro y que se extiende hacia partes de su cuerpo que jamás he visto pero que he imaginado un centenar de veces...simplemente me fue imposible retener por más tiempo las palabras que luchaban dentro de mí por ser liberadas.

Y cuando se lo dije, de forma casual, como si no tuviese importancia, me sentí liberado. Ni en mis peores pesadillas, porque sí, esto es una maldita pesadilla, habría imaginado que Ibaya pudiese sentir lo mismo por mí, y lo supe en el mismo momento en que la sujeté por el brazo y la vi llorando. Esperaba verla furiosa, pero no triste. Y eso me desarmó.

No supe si reír, o llorar yo también. Si abrazarla o salir yo huyendo de la misma forma en que lo había hecho ella. Y sin pensarlo, sin apenas digerirlo, la estaba besando.

Bajo la piel de Ibaya © (+18) COMPLETADonde viven las historias. Descúbrelo ahora