Capítulo 1: D de demencia o D de demonio

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Un día de primavera conocí a una chica que tenía de mascota a un gato muy obeso. Estábamos en el parque y de casualidad nos topamos. A mí me llamó la atención que llevara paseando al gato con correa, aquél felino era más grande que mi perro, aunque bueno, tampoco es que los poodle toy sean unos gigantes caninos.

El gato parecía tener hambre, porque miraba con recelo el sándwich de atún que me estaba comiendo mientras veía sentada desde la banca a Firulais, mi pequeño poodle, revoloteando y tratando de cazar a un algo invisible.

La dueña del gato se llamaba Camila. Tenía el cabello claro y rizado, y unas sutiles pecas adornaban su rostro. Más tarde, cuando me sonrió, conocí las margaritas de sus mejillas.

—Hola—ella dijo, después me tendió el brazo y acepté el saludo estrechándole la mano— me llamo Camila, puedes decirme Cami.

Con mi típico actuar medio torpe y tímido de aquel entonces, elaboré una sonrisa boba. Tenía la mano con deliciosa baba de mi perrito. Diablos. Ya empezaba mal.

—Soy Denisse.

—¿Y puedo llamarte...? ¿Deny?¿Niss?

—La verdad no tengo un apodo. Todos me llaman sólo así, Denisse. Bueno, mi mamá me dice por mi segundo nombre, que es Chayanne, como su cantante favorito... Sé que es basado en un cantante masculino, pero en verdad no tiene importancia, es como Ariel de La Sirenita, ¿la has visto, no? ¡Ah, no importa! Da igual—.Yo era del típico ser que se mostraba ansioso con frecuencia y tarde me daba cuenta de que estaba quedando en un ridículo.

—Creo que Niss te queda bien.

—Seguro. Niss. Suena bien.

Después de eso una bonita amistad comenzó. Todavía no comprendo mucho qué fue lo que pasó exactamente, pero de alguna manera  así sucedieron las cosas y terminé conociendo a quien sería mi mejor amiga, mi hermana de otra madre, la chica fabulosa que estaría conmigo y así también yo para ella siempre por siempre. Con la que hablaría de amores, de películas, de política y del futuro. Ella y yo fuimos grandes.

El primer momento crítico llegó para el funeral del Sr. Smithers, el gato de Camila. Muchas veces la veterinaria y yo tratamos de hacerle tener conciencia del sobrepeso de su gato, pero Camila era una madre que consentía demasiado y nunca fue capaz de ponerle límites. Solo cuando el Sr. Smithers fue diagnosticado con diabetes comenzó a poner cartas en el asunto, pero lamentablemente eso resultó ser demasiado tarde.

—Es toda mi culpa—soltó Cami. Ya habíamos enterrado al gato en el patio trasero de la casa. Nuestras ropas negras estaban acordes a la ocasión e incluso Firulais llevaba un corbatín.

—Hey, no seas tan dura. El gato se escabullía por todo el vecindario a mendigar comida, ¿recuerdas? Ya tenía como seis nombres diferentes de diferentes dueños que lo "adoptaban".

Cami había llorado mucho, pero ya estaba entrando en calma y sólo quedaban algunos sollozos que emanaba rítmicamente.

—Es verdad... Además robaba el alimento de los gatos de la vecina Clara. Sr. Smithers vivió una buena vida.

—Y eso es lo más importante. Tú siempre lo dices, la vida es demasiado corta para vivir sufriendo.

—O demasiado larga—sonrió, dejando ver sus marcadas margaritas, a pesar de seguir sollozando—, por lo mismo hay que disfrutarla, y manterte lo más que puedas feliz.

—Mi sabia y hermosa amiga. Eres la mejor, lo sabes. Sr. Smithers también lo sabía.

—¿Quieres decir unas palabras?—Cami pasó su brazo abrazando el mío y apoyó su cabeza en mi hombro. Yo ya había dicho unas palabras de despedida antes, pero todavía podía agregar algo más.

Confía En El DemonioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora