Destino Cruel

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Destino o coincidencia. No importa como rayos se llame, siempre me ha jugado demasiado chueco. Pareciera que esto es un juego retorcido y solo tengo un par de dados cargados que al caer solo me dan malas pasadas.

Por otro lado, tal vez solo estaba pagando las consecuencias de mis errores, pero ¿con que motivo?

A veces el destino puede ser una verdadera perra.

Mis más grandes errores estaban marcados por pequeñas estupideces de mi parte.

Una escapada para ir a una fiesta había terminado en un terrible accidente.

Un arrebato de ira terminó con mi despido terminó con mi despido.

Creí que la vida había parado de jugarme malas pasadas, pero la verdad era que estaba a punto de jugarme la peor de todas. Se había guardado su mejor maso de cartas para el final. Su obra maestra más ruin.

Las palmas de mis manos no paraban de sudarme y esta era la quinta vez que me las limpiaba en mi falda negra.

Estoy por tocar el timbre, pero mi celular suena con un mensaje de mi mejor amiga.

"¿Lista para cambiarle pañales a un anciano, Karla?"

No pude evitar leerlo con el tono burlón que ella había estado usando desde ayer que había encontrado este trabajo.

Apreté el móvil con fuerza y no pude evitar gruñir. Mis pulgares teclearon con furia.

"Ojalá Chris Hemsworth se quede calvo."

"¡Retráctate!"

"No ;)"

Me guardé el celular de nuevo y pulsé el botón que supuse sería el timbre.

— ¿Sí?

Una voz se escuchó por una pequeña bocina que había sobre el timbre.

—Buenas tardes. Me llamo Karla y vengo a presentarme para el puesto de acompañante.

—Ah sí, pase por favor.

Escuché un zumbido y la puerta se abrió para dejarme pasar.

Con el corazón latiéndome en la garganta me adentre a la enorme casa que estaba oculta detrás del gigante portón. Me armé de valor y seguí caminando por el jardín, que en realidad parecía un campo de golf.

Agradecí al cielo que, a pesar de que la casa era bastante... amplia, no era un lugar en el cual pudiera perderme. Al menos por fuera. La entrada estaba a unos veinte metros frente a mí.

Entré a la casa y abrí la boca de golpe. La luz era maravillosa, el lugar resplandecía y tenía la palabra CARO escrito en cada adorno, mueble y objeto que encontrara a mi paso. Incluso me daban ganas de volar para no pisar la delicada alfombra.

Cerré la boca de golpe cuando vi que una señora de edad avanzaba se acercaba hacia a mí. Seguramente sería la esposa del hombre que tengo que cuidar.

—Buenos días, señorita...

—Karla—extendí mi mano hacia la mujer para estrecharla y le ofrecí mi mejor sonrisa—. Llámeme solo Karla, por favor.

—Un placer—los modales de la mujer eran tan refinados que me sentí atrapada en el siglo XVIII—. Sígame por aquí, por favor—señaló un pasillo de la casa y se fue caminando por ahí. Me apresuré para seguirle el paso—. Estuve leyendo el currículo que me envió por correo. Es un placer saber que tiene experiencia cuidando a personas que no pueden caminar.

Tom Hiddleston: One ShotsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora