Mi buen amor

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​— ¿Cómo te sientes Amelia?
​Me pregunta el doctor McCollum, mi psicólogo desde hace ya un año, en el instante en que me acomodo en aquel asiento alargado digno de todo psicólogo.
​No puedo parar de retorcer mis dedos con algo de nerviosismo. Sé que él se está dando cuenta de ello. Desde el momento en que entré en el consultorio él ya sabía que algo me pasaba.
​—Bien.
Mentí descaradamente.
En este año él me conocía a la perfección. Sabía cuándo estaba bien, cuando tenía mis mejores días e incluso los peores. Así que ni siquiera me atreví a mirarle a la cara. No quería sacar a colación el tema que teme tenía tan nerviosa y ansiosa.
—Amelia, ¿estás segura?
Me iba a hacer hablar de ello. Tarde o temprano.
Cerré los ojos y aspiré con fuerza. Abrí los ojos de golpe al ver de nuevo aquella hermosa sonrisa que me estaba torturando. Mi pierna comenzó a botar de arriba abajo, una clara señal de que yo no estaba bien.
— ¿Amelia?
—Lo volví a ver.
Solté de golpe.
El doctor se sentó más derecho y le vi hacer algunas anotaciones. Señaló la larga silla donde me encontraba sentada.
—Ponte cómoda—obedecí sus indicaciones recostándome a lo largo de la silla—. Ahora, cuéntame. ¿Cómo sucedió?
Cerré los ojos mientras permitía que mi mente viaja a aquel momento en que Tom apareció de nuevo en mi vida.

***
Caminaba con rapidez por toda mi habitación intentando encontrar mi zapato. Miré el reloj y gruñí. Quedaban quince minutos. Andy se iba a enojar conmigo por llegar tarde de nuevo.
Mi celular sonó y suspiré con pesadez.
Sí, ella ya estaba molesta conmigo. El maldito embarazo la tenía demasiado hormonal, aunque comenzaba a sospechar que eso solo era una excusa para que pudiera echarme bronca y yo no me enojara con ella.
Tomé mi celular y contesté sin mirar la pantalla.
— ¡Sé que soy la peor amiga que has tenido, la más impuntual, la más todo! ¡Ya lo sé!
Gruñí mientras buscaba mi zapato debajo de la cama. ¡Ahí estaba! ¿Cómo había terminado ahí? Lo saqué y me levanté del suelo.
— ¿Amelia?
Me quedé congelada al escuchar aquella voz. Tragué saliva. Tenía un año y medio sin escucharlo. Las manos comenzaron a temblarme y el corazón comenzó a latirme a toda velocidad como en aquellos tiempos.
Maldición.
—Amelia, ¿estás ahí?
Tragué saliva y cerré los ojos.
—Ton.
—Hola, yo... sé que ha pasado tiempo...
— ¿Qué quieres?
Él suspiró con pesadez y me estremecí.
— ¿Podemos hablar?
—Estamos hablando.
Él carraspeo un poco. Lo conocía tan bien que pude imaginarlo a la perfección pasándose una mano por la cara con desesperación.
Sí, nadie lo desesperaba tanto como yo.
Palabras suyas, no mías.
— ¿Crees que podamos vernos?
—Tom, estoy ocupada. Si es importante lo que quieres decirme...
—Quiero volver...
Comencé a reír a carcajadas y negué con la cabeza. Esto debía ser una maldita broma. Contuve mi risa esperando que él me diera una explicación, pero la línea se quedó en un largo silencio.
Mi corazón comenzó a llorar y a gritar al darme cuenta del peso de sus palabras.. Era lo que había estado queriendo por un largo tiempo, pero no. Había pasado demasiado tiempo luchando por sentirme bien sin él y ahora...
No. No voy a caer.
— ¿Acaso ya te aburriste de ella?
Lo escuché jadear.
— ¡No! Dios, no—lo escuché tragar saliva—. Creo que me malentendiste. Amelia, quiero que regreses a mí vida como amigos, pero no como pareja.
Sin decir nada colgué.
***
—Así que, ¿solo te llamaba para volver a ser amigos?
— ¡Sí! ¿Puede creerlo?
Mi psicólogo hizo un par de anotaciones más y dejó la tablilla sobre sus piernas.
—Creí que lo habías superado.
—Me siento bien conmigo misma, pero él...—suspiré con pesadez—sigue siendo mi maldita debilidad, pero no voy a dejar que él juegue conmigo. No de nuevo.
—Ya veo, pero me dijiste que lo volviste a ver.
— ¡Sí! Esa llamada fue solo el maldito inicio.
***
Me dolían los pies. Seis tiendas. ¡Seis malditas tiendas para bebés! Andy de verdad se había vuelto loca. Me arrastró por todas esas tiendas buscando una cuna especial. ¡Era su tercer bebé y se comportaba como si fuera el primero! Dios, la mataré después del parto.
Buscaba las llaves para abrir la puerta de mi departamento, pero me detuve de golpe ante la entrada. Un enorme ramo de rosas me esperaba.
Me acerqué y tomé la nota que tenía.
"Lo siento."
Cerré los ojos y di un brinco al sentir que alguien me acariciaba los brazos. Me giré con rapidez y mi corazón se detuvo al encontrarme con la imponente figura del hombre que aún seguía amando.
—Tom.
—Hola, Amelia.
— ¿Qué quieres?
— ¿No me invitas a pasar?
Me di media vuelta, tomé el ramo de rosas y entré a mi departamento. Dejé la puerta abierta para que él pasara. Me fui a la cocina para dejar las rosas en un jarrón con agua.
Cuando regresé a la sala Tom estaba parado ahí. Se veía tan tranquilo y no pude evitar apretar los puños, ¿por qué siempre parecía tan fácil para él? Yo sentía que el aire se me escapaba por los pulmones y que el corazón me latía desenfrenadamente en la garganta.
—Si no quieres regresar, ¿por qué vuelves a buscarme?
Se metió las manos en los bolsillos y se movió como si estuviera incomodó. Se pasó una mano por el cabello y su mirada huía de la mía.
—Amelia, no he dejado de pensar en ti en estos días.
— ¿En estos días? ¿Solo en estos días? Después de todo lo que tuve que pasar—mis ojos se llenaron de lágrimas—. ¿Ahora quieres que sea tu amiga? Pues amigo dime como borro esto que siento.
Me golpeé el pecho justo donde tenía el corazón. Él me miró y pude ver el dolor en su mirada. Aquello me caló tan hondo y tragué saliva. Estiró su mano y con su pulgar acarició mi mejilla para limpiar una de mis lágrimas.
—Amelia, aun te amo.
—Eso es mentira.
Aparté la mirada mientras negaba varias veces.
—Es cierto, por eso he venido—me tomó por los hombros y alcé la mirada encontrarme con esos ojos que me hacían tener las piernas de gelatina—. No he dejado de pensar en lo mucho que aun te amo y necesito que me des algo.
Fruncí el ceño.
— ¿Darte algo? ¿Y tú que me vas a dar a mí? ¿Cómo puedes pararte aquí y creerte con derecho a exigirme algo?
—Estoy que yo quiero puede ser para ambos—él tomó mi rostro entre sus manos y con sus pulgares limpiaba mis lágrimas—. Necesito que me des una última noche.
Me aparté de él sin dejar de verlo. En aquel momento mi ser entero se dividió. Una parte de mí quería estar con él y otra quería golpearlo.
—No me pidas que te dé una última noche.
—Amelia, voy a casarme y creo que esta es la única manera de cerrar esto que hubo entre nosotros. Necesitamos un cierre.
Negué con la cabeza mientras comenzaba a caminar de un lado a otro de la habitación. Mi cerebro y corazón intentaba procesar esta información a la par.
Quería una última noche.
Se va a casar con ella.
— ¿Crees que lo que yo siento se borrara en el instante en que te levantes de la cama? —Negué con la cabeza—. Esto parece tan fácil para ti y te odio por eso—las lágrimas volvieron a hacer su aparición—. Llegas a mi casa, exigiéndome que te amé, solo para largarte como si nada de esto importara. Como si yo no sintiera nada.
—Amelia...
—No me vas a convencer, Tom.
***
— ¿Y entonces? —el doctor no apartó la mirada de la hoja y la pluma se movía—. ¿Qué pasó?
Suspiré con pesadez.
—Se fue.
— ¿Solo así? —asentí—. ¿No se ha puesto en contacto contigo de nuevo?
—No, ya no.
— ¿Y cómo te sientes con eso, Amelia?
Me senté correctamente y me acaricié las piernas mientras pensaba en la pregunta de mi psicólogo.
—Me duele y lo extraño muchísimo, pero... estaré bien.
—Bueno, Amelia—miró su reloj—. Creo que hemos terminado por ahora, tuviste un pequeño retroceso, pero aun así te mantuviste firme en no acostarte con él. Ese es un gran avance.
—Sí.
Sonreí levemente y me puse de pie.
—Nos vemos la próxima semana.
—Perfecto.
Después de poner la cita con la secretaria, salí del consultorio. Levanté la mano para detener un taxi. Abrí la puerta y entré. Después de darle mi dirección arrancó. En la radio sonaba Mi buen amor de Mon Laferte. Pegué la frente a la ventanilla mientras escuchaba aquella canción que describía a la perfección lo que sentía.
Mi buen amor
Si no quieres regresar
¿Por qué vuelves a buscarme una vez más?
No me pidas que te dé una última noche
Mi buen amor
Parece fácil para ti
Alejarte para luego exigir que te quiera
Como si nada, nada, nada yo sintiera.
Me permití pensar y recordar aquella última noche que Ton y yo nos regalamos.

Nota: Hoy es el cumpleaños de una amiga muy querida y me pidió que plasmará esta canción y así lo he hecho. ¡Feliz cumpleaños, Abby!

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