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Una horrible punzada se hacía sentir en mi pecho.

Joder, dolía.

Hacía unos cuantos minutos, un coche se nos había cruzado en medio de la carretera, provocando así un casi accidente.

Para suerte de todos, no pasó nada. El coche que se nos cruzó salió disparado, pitando como un loco. Mientras que mi abuelo, le respondía enfadado con la bocina.

¿A quién demonios se le ocurría cruzarse delante de otro coche? Al mismo tío que conducía aquel vehículo de color azul eléctrico.

No me había dado tiempo a pillar la marca del coche ni su matrícula, pero de lo que estaba seguro era de la presión que sentí en ese instante.

Cuando ocurrió todo aquello, mi mente tan sólo estaba en blanco. Una horrible punzada se había colado para estar presente durante unos minutos más de lo que quisiera en mi pecho.

Entonces, el miedo me dominó.

Mis ojos se abrieron, estando mis cinco sentidos alerta.

Mi mirada pasaba de izquierda a derecha en el lado del copiloto, me encontraba malditamente alterado.

Miraba los conos azules que se utilizaban para diferenciar los tramos. Estabamos por la carretera con rumbo a Morro Jable.

Mis ojos empezaron a ver cosas que no eran y, nueva mente mi mente me engañaba.

Sentía como las señales se me venían encima, y como los conos se mecían suavemente.

Mi cabeza había empezado a crear pequeños escenarios en los que se me veía herido y a mi abuelo con una posible muerte.

Tenía un miedo terrible.

Estaba paralizado.

No me armaba de valor a hablar, así que durante los minutos que me duró aquel pequeño y bastante corto ataque, tan sólo pude mantener la mirada en un punto suelto en frente de mi.

No quería volver a sentirme de esta manera, pero sabía que volvería a pasar, y esta vez; teniendo el accidente que tanto recrea mi mente.

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