Capítulo Seis

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Harlied

Realmente necesito que alguien me abrace.

Lunes...

Visitar a Ema.

Martes...

Volver a caer en un trance donde no puedo aceptar su muerte.

Miércoles...

Perder el apetito y no permitir que nadie entre en mi habitación.

Jueves...

Buscar las fotos de ella en mi teléfono y extrañarla como nunca.

Viernes...

Los días han pasado tan rápido que no me he percatado de que el fin de semana ya está aquí. Me remuevo sobre mi cama y mis huesos duelen por el estrés y el cansancio que tengo. Desde que llegué de visitar a Ema, no he salido de mi habitación. Luego de haber dejado que toda esa lluvia cayera sobre mí, inmediatamente pesqué un pequeño resfriado. No era algo tan grande como para usarlo de excusa y faltar a clases, pero era mi último recurso para no tener que dar muchas explicaciones.

—Mi niño, debes ir al hospital —dice mi madre y soy capaz de notar la tristeza en sus ojos—. No puedo verte así. No lo soporto.

—Estoy bien, mamá —trato de reconfortarla—. Solo es un pequeño resfriado. Ya verás que se me pasará.

—¿Y si no es uno pequeño? ¿Y si es grave? —Pasa una de sus manos sobre mi cabello.

—Si fuera algo grave, me sentiría peor y además... —Hago una pausa cuando un estornudo escapa de mi boca.

—¿Ves? Eso no es normal, Harlied.

—Mamá.

La observo muy arreglada, por lo que entiendo que su preocupación debe ser mayor. Ella tiene que salir, supongo que a un viaje de negocios y teme dejarme solo. Tardo unos minutos en hacerla entender que no me pasará nada y que no es algo por lo que deba sentirse frustrada.

Mi padre entra a la habitación portando esa mirada fría que lo caracteriza. Viste un traje gris con una camisa blanca debajo, en sus manos carga un maletín y su vista pasa de mí a mi madre.

—Ya nos vamos, Janna.

—¿Tan pronto? —Ella cuestiona confundida—. Podemos salir más tarde. No quiero que Harlied se quede solo.

—Necesitamos estar puntuales, Janna. Sabes que es una reunión muy importante.

—¿Más importante que tu hijo?

—No discutiré contigo.

Su voz es demandante. Me incorporo sobre la cama para decirle a mi madre que estoy bien, que puede irse sin ninguna preocupación. Ella se acerca a mí para plantar un beso en mi mejilla y revolver mi cabello.

—Cualquier cosa, no dudes en contactarme —acuna mi rostro.

—Sí.

—No te hagas el fuerte y no quieras resolver todo por tu cuenta, ¿entendido?

—Sí.

—La cartera está sobre mi cama. Si necesitas algo, puedes ir ahí —besa mi frente—. Dinero, medicamentos, números de hospitales y...

—Mamá —la interrumpo—. Estoy bien, no hace falta nada de eso. Ve con cuidado.

—Te amo —me susurra al oído para luego atravesar el umbral de la puerta.

El color del amor Donde viven las historias. Descúbrelo ahora