Capítulo Veintitrés

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Charlotte

Los que creen que en el mundo sólo hay siete maravillas, es porque no te conocen.

Mamá y yo estamos sentadas en la mesa almorzando. Ella aún sostiene mi boletín de notas en sus manos, su sonrisa apareciendo una y otra vez al tiempo que revisa mis calificaciones. Hoy he llegado temprano de la escuela; no era obligatorio ir porque había una reunión de padres, quedaba a elección de los estudiantes si querían asistir o no. Opté por acompañar a mi mamá, quería ver su reacción al mirar la boleta que ahora aprecia frente a ella.

—Estoy tan orgullosa de ti —dice por décima vez y no hago más que reír un poco.

—Gracias, mamá, es todo gracias a ti —pongo mi mano encima de la suya—. Te agradezco no haberte rendido conmigo.

—Eres mi hija, Charlotte —toca mi mejilla—, nunca me daría por vencida.

Cierro un poco mis ojos ante su gesto y me imagino a Harlied frente a mí acomodando mi cabello detrás de mi oreja. Ese tacto me provocó una leve confusión, pero no me sentí incómoda. Por algún motivo, una parte de mí se alegró cuando me mostró ese lugar, me hizo sentir que se abría un poco más y que sus muros lentamente iban cayendo. Y luego estaba esa manera tan extraña en la que me observó cuando estábamos frente a mi casa, también ese abrazo tan intenso, como si necesitara decirme algo muy importante y recurriera a envolverme con sus manos.

—Mamá, ¿compramos el vestido hoy? —cuestiono—. Sé que aún faltan varios días, pero a partir de mañana estarás muy ocupada con la actividad de la iglesia.

—Oh, sí —dice levantándose de la mesa—. El concierto es en dos semanas. Soy una de las coordinadoras. No tendré mucho tiempo libre.

—Entonces, ¿podemos comprarlo hoy? —junto mis manos en señal de súplica.

—Claro —sonríe—. Saldremos en dos horas. Me voy a dar una ducha.

***

Hemos entrado a un par de tiendas, pero parece que en estos tiempos resulta un poco difícil conseguir un vestido adecuado. Los que hemos visto a veces son demasiado cortos o tienen algún tipo de diseño en la parte de atrás que deja al descubierto toda la espalda.

—Estoy agotada, mamá —me recuesto en su hombro—. No creí que tardaríamos tanto en encontrar uno.

Ella sonríe.

—Vamos a explorar esa tienda —señala frente a nosotras—. Tengo el presentimiento de que ahí está tu vestido.

—Dijiste eso en las últimas tres a las que fuimos —le reprocho con un tono gracioso.

—Esta vez es de verdad, sígueme.

Nos aproximamos y, una vez dentro, me sorprende la cantidad de personas que hay. La mayoría son jóvenes y me parece notar la presencia de algunos que asisten a mi escuela. Las trabajadoras del lugar están muy ocupadas, así que caminamos libremente en la tienda para indagar. Sostengo un vestido gris con bordes negros y piedrecitas brillantes. Es largo y el cuello es alto. Respiro varias veces antes de darle la vuelta. Es tan hermoso que me voy a decepcionar mucho si no es adecuado para mí.

—¡Charlotte! —escucho a Catrina gritar mi nombre—. ¡No esperaba encontrarte aquí!

Dejo el vestido en su sitio y me dirijo a ella.

—Hola, Catrina —ladeo una sonrisa y le presento a mi madre, quien le extiende la mano—. Tampoco pensaba verte por aquí. ¿Cómo estás?

—¡De lo mejor! —grita dando saltitos—. Estoy emocionada por la graduación y no me preguntes el motivo, no tengo idea.

El color del amor Donde viven las historias. Descúbrelo ahora