Capítulo Trece

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Charlotte

Todo tiene su tiempo.

Todos buscamos nuestras biblias y empezamos a ojearlas para llegar a un versículo en específico. El ambiente está tintado de un color gris; y no está nublado, gotas de agua corren por nuestras mejillas; y no está lloviendo. Mis ojos se cierran y echo mi cabeza hacia atrás, suspirando lentamente para ahogar un sollozo. La voz de la persona al frente de todos hace eco en los altavoces y agudizo mi sentido para escuchar con mucha atención:

—En esta vida todo tiene su momento; hay un tiempo para todo: Hoy nacemos, mañana morimos; hoy plantamos, mañana cosechamos; hoy herimos, mañana curamos; hoy destruimos, mañana edificamos; hoy lloramos, mañana reímos; hoy guardamos luto, mañana bailamos de gusto; hoy esparcimos piedras, mañana las recogemos; hoy nos abrazamos, mañana nos despedimos; hoy todo lo ganamos, mañana todo lo perdemos; hoy todo lo guardamos, mañana todo lo tiramos; hoy rompemos, mañana cosemos; hoy callamos, mañana hablamos; hoy amamos, mañana odiamos; hoy tenemos guerra, mañana tenemos paz. —Eclesiastés 3:1-8.

—Sé que estás en un mejor lugar —pronuncio con mi vista nublada—. Si en este mundo luchaste, sufriste y pasaste algunos momentos de dificultad, ahora has ganado esta batalla y ya no necesitas preocuparte por nada. Descansa en paz.

Mi vista no va más allá de esa caja. Su cuerpo está ahí adentro sin moverse. Me duele el hecho de que jamás seré capaz de volver a ver su sonrisa o escuchar su voz. Sé que Dios tiene planes perfectos para todos nosotros, que todo lo que sucede es bajo su voluntad y sus planes nunca fallan, pero en instantes como este me es inevitable llorar. Es un momento donde mi corazón se comprime y mis ojos responden con lágrimas, donde no hago más que pensar y recordar el cuerpo de mi padre al ser encerrado en una caja para no volver a salir nunca.

Todo en esta tierra ha sido creado con el propósito de cumplir un determinado tiempo, y los seres humanos no somos la excepción. Desde que nacemos, sabemos que estamos destinados a morir un día. Todo tiene su tiempo. Por eso es que nuestro tiempo debemos dedicarlo al Señor, a algo que nos favorezca y nos ayude a vivir sin remordimientos ni rencores. Un día podríamos darnos cuenta de que en esta tierra no nos queda más tiempo y debe ser difícil enterarse en el último momento de que hemos desperdiciado toda una vida viviendo erróneamente. Entregar mi vida a Cristo es lo mejor que me ha pasado. Lo siento mucho por el tiempo que desperdicié, por el tiempo en el que me hice la fuerte e intenté resolver todo por mi cuenta. Siento no haber escuchado a mi madre mucho antes. Mi vida cambió desde el momento en el que abrí mi corazón para que Dios habitara en él, y no me arrepiento de haber tomado esa decisión hace cuatro años.

—Queridos hermanos —la voz del pastor me saca de mis pensamientos—: Estamos reunidos en este lugar, en un mismo espíritu y sentir, para dar el último adiós a nuestra hermana, amiga, consejera, y más que todo, nuestra ayuda en momentos difíciles, la señora María Spencer. Quien, a sus ochenta y cinco años de edad, ha dejado de habitar en esta tierra de dolor, sufrimiento y maldad, para ir a los brazos de nuestro Señor Jesucristo, quien le permitió vivir y disfrutar de su amor aquí, donde todo corazón ha dejado de creer y confiar. Sabemos que nuestras lágrimas salen sin permiso alguno; es inevitable la tristeza, aunque seamos conscientes de que ella ha luchado y ha vencido. Pero no dejemos que la aflicción se apodere de nosotros; no dejemos que la angustia sea más fuerte que nosotros. Por el contrario, demos gracias, alabanzas a nuestro Dios, cantemos con gozo, exaltemos las maravillas que Él ha hecho y seguirá haciendo por nosotros, porque morir en Cristo es ganancia.

***

—Mamá, ¿estarás bien? —pregunto por décima vez—. Puedo ir a verla luego de llevarte a casa.

—Mi amor, estoy bien —me envuelve entre sus brazos—. Ve, necesitas visitar a Merliss.

Sé que la muerte de María le dolió demasiado a mi madre. Ellas se llevaban de lo mejor, tanto así que desde que la conocí empecé a decirle abuela. Ella me trataba como si fuera una de sus hijas.

El color del amor Donde viven las historias. Descúbrelo ahora