Capítulo Diecinueve

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Charlotte

Si tú eres feliz, yo también lo soy.

Estoy atónita. Creo que tal vez estoy soñando o quizás no he escuchado bien. Me levanto y sostengo el rostro de mi madre con ambas manos.

—Lo que dices es...

—Sí, Edward me ha pedido que oremos juntos —Ella sonríe—. Por eso quería hablar contigo con urgencia. Sabes que, después de Dios, tu opinión importa mucho.

—Mamá, eso —la abrazo—, eso es muy bueno. Me alegro mucho por ti.

—¿De verdad? —Noto un brillo en sus ojos.

—Claro. Conozco a Edward desde que empezamos a ir a la iglesia y sé que es un buen hombre —Me separo un poco—. Tú mereces mucho y creo que él puede hacerte feliz.

—Gracias, hija —Su voz se quiebra—. Me alegra tanto que estés de acuerdo.

—Mamá...—Acuno su rostro otra vez—, ¿cómo no estar de acuerdo? Sabes que te amo mucho y lo que más deseo para ti es que siempre sonrías. —Deposito un beso en su mejilla—. Si tú eres feliz, yo también lo soy.

—No sabes lo mucho que me alegra escuchar esas palabras de ti, mi amor —Una lágrima se asoma a su mejilla—. Te amo tanto, Charlotte. Te amo tanto que a veces siento que no puedo respirar cuando no estás cerca, te amo tanto que no sé qué haría sin ti, te amo tanto que le pido a Dios que te cuide a dondequiera que vayas. Te amo con todo mi corazón.

—Perdón por lo mucho que te hice sufrir y por lo terca que fui contigo —Una de mis manos se eleva para eliminar las lágrimas—. Perdón por todo, por las cosas que dije a tus espaldas, por los malos deseos que tuve hacia ti. Perdóname.

—Sabes que te perdoné hace tiempo —Ella sonríe—. Nunca tuve rencor hacia ti, confiaba en Dios de que Él te rescataría antes de que fuera demasiado tarde. Así que no prestaba atención a lo que decías; tus palabras no me herían, porque fui fiel a Dios en todo momento y Él no deja de lado las peticiones de sus hijos.

—Te amo demasiado —Deposito un beso en su mejilla—. Yo también te amo con todo mi corazón.

—Mi niña hermosa...

—Sí, tu niña, mami, tu niña.

Nos quedamos un rato charlando sobre todo. Mi mamá es una mujer muy fuerte, digna de admiración. A pesar de cómo yo actuaba en el pasado, ella nunca perdió la fe y la esperanza de que Dios me rescataría. Mi mamá siempre ha estado para mí. Por eso quiero apoyarla en todo lo que sé que la puede hacer feliz.

—Mamá —Digo captando su atención—, ¿puedo dormir hoy contigo?

Me siento como una niña pequeña que desea dormir bajo las sábanas de su mami y sentir su calor. Ella curva sus labios en una sonrisa y asiente.

—Puedes dormir conmigo las veces que quieras, mi niña —Ella pasa su mano por mi cabello—. Mi preciosa niña.

Me acerco y la abrazo fuerte, quiero cuidar de ella, hacerla sentir segura, como alguna vez papá hizo con nosotras dos.

—Bueno —Interrumpe, separándose de mi abrazo—. ¿No sientes que falta algo?

—¿Qué?

Ella baja su mano a mi estómago.

—Comer. Hace rato que los ruidos de tu pancita no me dejan concentrarme.

No hago más que asentir y sonreír.

Nos ponemos en marcha para preparar algo de pasta para cenar. Mamá dice que si fuéramos comida, yo sería algún spaghetti. No la culpo, me encanta la pasta; si me dijeran que debo comerla todos los días, no tardaría mucho en aceptar, siempre y cuando sea preparada como la de mamá.

El color del amor Donde viven las historias. Descúbrelo ahora