Capítulo Diecisiete

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Charlotte

Asegúrate de llevarme a pasear algún día.

Caminamos despacio mientras la ligera brisa acaricia mi piel. El chico a mi lado me encontró cuando salía de casa de Merliss y en ese momento solo se limitó a saludarme. Después del saludo, no hemos dicho mucho más. Aprovecho el momento para observarlo de manera disimulada: su cabello es más largo que la última vez que lo vi, sus ojos grises parecen inmutables, aunque ya no me inquietan como antes. Lleva vaqueros, un suéter holgado y botas que no son demasiado altas. Parece el mismo chico de tez clara que se apartó de mi lado hace cuatro años. Sus facciones no han cambiado, su sonrisa sigue siendo hermosa y, aunque parece un poco mayor—algo que era de esperar—, sigue siendo el chico del que estuve completamente enamorada.

—Ha pasado un tiempo —rompo el silencio al encontrar las palabras adecuadas—. No has cambiado nada, sigues igual que hace cuatro años.

—No puedo decir lo mismo de ti —me observa de pies a cabeza—. No pareces la chica ruda y rebelde con la que solía salir. Creo que lo único que ha permanecido intacto es tu número de teléfono.

Dejo escapar una risa.

—Sí —me detengo frente a él, a pocos metros de mi casa—. Eres consciente de que no soy la misma, ¿cierto? Hay cosas que dije o hice que ahora han quedado en el pasado.

Él no pierde la emoción en su rostro.

—No te preocupes —palmea mi hombro—. Hoy he venido como un simple amigo que extrañó a su amiga. La promesa que me hiciste hace cuatro años, puedes olvidarla. Éramos jóvenes sin mucha experiencia que decidieron el futuro en la emoción de un momento fugaz.

—Tienes razón —concuerdo con él—. No sé cómo podríamos siquiera pensar en seguir adelante. Míranos, parecemos dos desconocidos. Siento que he olvidado mucho sobre ti.

—Para serte sincero, he tenido un par de novias en la facultad.

—Wow, no lo puedo creer —finjo estar molesta y llevo una mano a mi cintura—. ¿Me has sido infiel, querido Peter?

—Oh, mi Charlotte —utiliza un tono poético—. No la merezco, usted es demasiado para mí.

—Estoy considerando seriamente divorciarme de usted, señor Mizler.

Los dos comenzamos a reír a carcajadas y avanzamos un poco más hasta que a unos pasos está mi hogar.

—¿Crees que pueda darte un abrazo? —Las risas se desvanecen y el aire se siente más frío—. ¿Crees que tu exnovio sea merecedor de un abrazo?

—Yo...

No me da tiempo a responder, ya que sus brazos me envuelven en un instante. Reconozco ese tacto, mi cuerpo se siente familiarizado y mis manos suben lentamente hasta rodear su espalda.

—Aunque no lo creas, te extrañé mucho —sus palabras juegan con mi mente—. Los primeros días lejos de ti fueron un infierno.

Creo que es necesario separarme de él y cortar la distancia. Me observa confundido ante mi rechazo, pero entendiendo mi posición y lo incómoda que me siento al hacer ese tipo de cosas con alguien con quien tengo una historia, él se limita a sonreír y yo hago lo mismo.

—También hiciste falta, Peter.

Alzo la mirada y la sonrisa se esfuma al distinguir una figura frente a mi casa. Sus ojos se mantienen fijos en mí y de vez en cuando escanean a la persona a mi lado. Él no pierde tiempo y veo cómo se gira para subir a su auto.

—Harlied, espera —me apresuro a tomarlo de la camisa y, al acercarme, mi confusión se torna en preocupación—. ¿Qué te pasó en la cara? ¿Por qué tienes esos moretones?

El color del amor Donde viven las historias. Descúbrelo ahora