Harlied
Quiero estar solo.
Abro un poco los ojos tratando de encontrar mi celular para descartar el reciente sonido que interrumpe mi descanso. Mis manos se mueven torpemente sobre la mesita junto a mi cama y finalmente consigo el aparato que ha estado vibrando unos minutos.
6:45 am Lunes, septiembre 12
Veo la fecha, mi mirada se pierde en ella, vagando por mis recuerdos, provocando que las lágrimas broten sin aviso. Miro otra vez el techo, para observar la foto, su foto. Esa que me tortura y, a pesar de todo, mantengo allí; esa foto que trae consigo muchas memorias.
—Es tu cumpleaños —hablo tratando de calmarme un poco. Las comisuras de mi boca tiemblan y alzo una mano, aunque sé que no hay forma de tocar la fotografía—. Hoy cumplirías veintiuno. No sabes cuánto te extraño, todos los días lo hago. Hoy más que nunca, mi querida Ema.
Sin ánimos, me levanto para tomar una ducha. Camino despacio hasta la bañera y, como un robot, me obligo a moverme. No tengo ganas de ir a la escuela, pero sé que si no lo hago, mi madre se preocupará en cuanto no me vea bajar las escaleras, y lo último que quiero es que empiece a cuestionarme.
Uno
Dos
Tres
Cuatro
Cinco
Voy contando los pasos hasta que veo el autobús llegar a la parada y me subo de inmediato para acomodarme. Me dirijo al penúltimo asiento y dejo caer mi cuerpo junto a la ventana. Mi vista viaja por las personas que hay a mi alrededor hasta que se detiene en una en particular.
La veo.
Ahí está ella.
Charlotte.
Su cuerpo descansa en el asiento contiguo al mío, concentrada en un libro. Hago una mueca al ver el título "El poder de la mujer que ora"; de verdad, ella sabe cómo perder el tiempo. No entiendo cómo puede creer en ese tal Dios cuando nunca lo ha visto, o cómo puede intentar hablarle a alguien que no sabe si le está escuchando.
No tiene sentido.
Mi vista pasa de sus manos a sus ojos, esos ojos cafés que, por los rayos del sol, se ven claros y brillantes. Están tan concentrados que simplemente puedo notar cómo se mueven de un lado a otro al ritmo de las letras. Con una mano acomoda sus lentes y su boca se tuerce en una pequeña sonrisa, como si la lectura tuviera algún efecto en ella. Me doy cuenta de que es un gesto que hace cuando se sumerge por completo en las páginas de sus libros.
¿Cómo puede haber gente sin problemas?
A simple vista, parece que su vida es perfecta, que no tiene preocupaciones o algo que la desvele, tanto que tiene tiempo para creer en cosas inexistentes.
Sacudo la cabeza cuando el autobús se detiene anunciando que hemos llegado. Camino hasta la salida y volteo para ver que ella aún sigue en su mundo, sin percatarse de que hemos llegado a la escuela. Me vuelvo lentamente hacia atrás con la intención de tocar su hombro para despertarla, pero le resto importancia y, como siempre, mi lado orgulloso gana. Salgo del autobús para dirigirme al campus de la escuela.
Voy leyendo un libro de matemáticas; los ejercicios son tan fáciles que los resuelvo mentalmente. Soy interrumpido por Ludwi. Mi amigo, aunque yo no lo trate como tal, sigue ahí, diciéndome que puedo confiar en él o pedir su ayuda para lo que sea.
—Es hoy, ¿cierto? —dice, consciente de que se refiere al cumpleaños de Ema. No estoy en condiciones para hablar sobre ella.
—Sí —respondo sin levantar la mirada—. No estoy en condiciones para hablar de eso.
ESTÁS LEYENDO
El color del amor
RomanceAmor Una sola palabra que es capaz de provocar caos. Capaz de hacer de nuestras vidas algo diferente a lo que siempre creímos ser. Pero... ¿Qué es el amor? ... ¡Atención! Está completamente prohibido copiar, transmitir, retransmitir, transcribir...