Capítulo Quince

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Charlotte

No pienso ir a ningún lado.

—¿Piensas que soy un desastre, verdad? —Pregunto con un tono de tristeza—. ¿Te doy lástima porque no tengo solución? ¿Crees que deberías librarte de mí antes de que explote, antes de que pueda dañarte?

Peter frunce el ceño en confusión y mueve las manos, mostrando desconcierto.

—¿De qué hablas, Charlotte? ¿Por qué pensaría esas cosas de ti? ¿Por qué me darías lástima?

—No lo sé, Peter. Tendrías que aclararlo tú, empezando por decirme la razón de salir conmigo. ¿Cuáles son tus intenciones?

—¿De qué intenciones hablas? —Deja caer los brazos a sus costados y suelta un resoplido—. Sé que Amanda te importaba mucho. También sentí un gran aprecio por ella y su muerte nos ha dolido a todos. Sin embargo, no veo motivo para que hables o actúes así. No sé por qué dudas de lo que siento por ti, Charlotte. Sabes que lo nuestro es real.

—Solo sácame de aquí, Peter —Intento evadir el tema.

—Bien, vamos a tu casa.

—¡No quiero ir a mi casa! No quiero, no quiero. No soporto ver a mi madre sufriendo. No tengo idea de cómo ayudarla, no tengo muchas opciones.

—¿Qué quieres hacer?

—Llévame lejos. Lo más lejos posible.

Volviendo a la realidad, sigo pasmada al escuchar las palabras de Harlied. Es como estar frente a un espejo, viviendo la misma escena dos veces.

—¿Puedes hacerlo? —Interrumpe el silencio, esperando una respuesta—. ¿Puedes llevarme lejos?

Asiento y lo tomo de la mano. Él no pone objeciones, solo me sigue. El agarre se vuelve más fuerte a medida que avanzamos, nuestros pasos sincronizados y nuestras bocas en silencio.

Nos alejamos del lugar, mis manos continúan sosteniéndolo mientras lo guío entre árboles y rocas. Solo el canto de los pájaros rompe el silencio. El día empieza a oscurecer y el frío se cuela a través de mi ropa. Trato de disimular el temblor para no preocupar a Harlied.

—Es aquí —Le señalo el lago frente a nosotros y él sigue mi dirección—. Solía venir con mis amigos para divertirnos. Otras veces prefería hacerlo sola. Sentarme en esta roca y pensar me ayudaba a liberar la tensión.

Lo invito a acomodarse en la roca que había sido mía.

—Es curioso —dice él—, llevo toda mi vida viviendo en este lugar y no sabía de la existencia de este lago.

—No muchos lo conocen. Aunque solíamos venir a menudo, nunca veíamos a más de dos personas que no estuvieran con nosotros.

—Gracias —Sostiene mis manos y con la otra recorre mi rostro, acomodando un mechón de cabello detrás de mi oreja—. No sé qué haría sin ti.

—No pienses en eso —Intento animarlo—. Estoy aquí, es lo único que importa.

—¿Y cuándo no estés? —Toma mi barbilla y me obliga a alzarla—. Cuando sientas que no puedes estar a mi alrededor, cuando me ponga difícil y termine siendo un idiota contigo, ¿Qué harás? ¿Cómo lo solucionarás?

Ladeo una sonrisa y me acerco lo suficiente para darle un suave y cálido beso en la mejilla.

—No pienso ir a ningún lado.

***

—¿No podían hacer una simple tarea? —El profesor está visiblemente molesto—. Tenían todo el fin de semana libre ¿Por qué traen tantas excusas?

El color del amor Donde viven las historias. Descúbrelo ahora