Harlied
Debes poder ser libre de elegir lo que a ti te gusta.
Me siento nervioso al ver la expresión confundida de Charlotte. Me preocupa que pueda enojarse por haberla casi forzado a venir aquí. Pero, para mi sorpresa, ella sonríe, mostrando esa sonrisa perfecta que me da una paz inexplicable.
—Es muy bonito, Harlied —dice mientras observa el lugar.
—¿Sí? —pregunto—. Es aquí donde vengo siempre que me siento frustrado. Por alguna razón, este lugar me da tranquilidad.
Ella camina de un lado a otro, admirando los libros que he colocado en los estantes. Sus dedos pasan suavemente por cada uno de ellos hasta que se detienen en un libro que le parece familiar.
—Es la Biblia que te regalé —dice al tomarla en sus manos—. Aún la conservas.
—La leo todos los días —ella sonríe al escuchar eso—, y cada vez me intriga más y más.
Alquilé este lugar hace unos meses para liberar la tensión que me provoca estar en casa con mi padre. He traído muchos libros, que se han convertido en mi pasatiempo. El apartamento es pequeño; en la sala solo hay un sofá, tres estantes con libros, una mesita con una lámpara, y en la cocina hay un microondas para calentar la comida que compro fuera.
Ella sigue hojeando la Biblia mientras nos acomodamos en el sofá. La observo por unos segundos: lleva su cabello en un moño alto, con algunos rizos rebeldes que le dan un toque encantador. Sus ojos se mueven de un lado a otro, concentrados en las letras del libro, y su boca se curva en varias sonrisas.
Mirarla así, sin preocupaciones, sin gestos o palabras extrañas, simplemente leyendo, me hace cuestionar por qué mi corazón late tan rápido. Me pregunto por qué siento que la voy a extrañar con todas mis fuerzas. No sé qué ha provocado en mí esta chica; me hace temblar, sudar y hablar como un tonto.
Nuestros ojos se encuentran, y rápidamente me giro, sintiéndome avergonzado por haberla estado mirando.
Pasamos un tiempo de calidad leyendo y hablando sobre su vida. Ella me cuenta acerca de su amiga Amanda, lo que explica por qué siempre insistía en ayudarme. Mientras habla, deja escapar algunas lágrimas, y por instinto me acerco para secarlas. Me siento a gusto platicando con ella, sin segundas intenciones, sin malas intenciones.
—¿Qué quieres estudiar en la universidad? —pregunta al cerrar el libro que sostiene.
—No lo sé —respondo de inmediato—. Mi padre siempre me ha dicho que debería estudiar administración de empresas —aclaro mi garganta—. No me he detenido a pensar en lo que quiero yo.
—¿Por qué no hablas con él? —me mira con una intensidad que me hace sentir un poco intimidado—. Debes ser libre de elegir lo que a ti te gusta. Hasta Dios nos da la libertad de escoger el camino que queremos seguir.
—¿Por qué siempre sabes qué decir? —inclino mi cabeza—. Siempre tienes una respuesta para todo. Y lo peor es que no me incomoda; más bien, me genera curiosidad acerca de ti. Es como si cada palabra tuya me hiciera querer escuchar más. No me canso de oírte hablar. Creo que podría pasar un día entero prestando atención a lo que dices y no me quejaría en absoluto.
Ella no dice nada, y nos observamos durante un instante. Levanto mi mano y la llevo a su rostro para colocar un mechón de cabello detrás de su oreja. Me sorprende a mí mismo por lo que estoy haciendo. Cuando estaba con otras chicas, lo único que pensaba era en el contacto físico, pero Charlotte hace que quiera disculparme por ese simple gesto.
—Lo siento —digo apartando mi mano.
—Creo que debo irme —ella sonríe y se pone de pie—. No quiero preocupar a mi madre.
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El color del amor
RomanceAmor Una sola palabra que es capaz de provocar caos. Capaz de hacer de nuestras vidas algo diferente a lo que siempre creímos ser. Pero... ¿Qué es el amor? ... ¡Atención! Está completamente prohibido copiar, transmitir, retransmitir, transcribir...