Capítulo Doce

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Harlied

Pero al final, siempre es dolor.

Mis ojos no pueden evitar brillar y deslumbrarse al tiempo que la veo.

Tan perfecta.

Tan hermosa.

Es como si alguna estrella hubiera decidido venir a impresionarme —¡y vaya que lo ha logrado!—. Me acerco lentamente para rodearla por detrás y susurrarle las palabras más deseadas:

—¿Quieres ser mi novia? —La cara de Ema irradia felicidad al escuchar mi pregunta. Sé que, al igual que yo, ella también esperaba este momento. Se libera un poco de mi agarre, me observa con una alegría notable, y las siguientes palabras aceleran mi corazón:

—¡Sí, Harlied, sí quiero!

—Ya tengo novia —Acuno su rostro y pego la punta de mi nariz en la de ella—. Tengo una novia muy hermosa.

—Esa novia quiere que la beses, Harlied Winkler.

Sonrío a pocos centímetros de su boca. Con un pequeño movimiento, el espacio que nos separa se eliminaría.

—Uy, ese novio estaría encantado, Emarlia Storm.

Nuestros labios al fin se encuentran. Atraigo su cintura hacia mí para profundizar nuestro beso. Sus manos rodean mi cuello. Me doy cuenta de que no es tan experta en estos escenarios; puedo sentir que su beso es tímido e inocente, lo contrario de mí. Así que me permito guiarla, mostrándole mis sentimientos, mostrándole que después de tanto tiempo, la espera valió la pena.

—Espera, Harlied —se separa de mi agarre un poco asustada—, estoy... estoy...

—¿Qué pa... —mis ojos se abren de par en par cuando veo mis manos ensangrentadas. Mi vista se dirige hasta su abdomen, de donde proviene la sangre; su blusa blanca comienza a tornarse de un rojo muy intenso. Me siento horrorizado cuando ella cae al piso y la veo retorciéndose de dolor. Me arrodillo frente a ella. Mis gritos retumban en el lugar.

—Harlied... ayúdame... Harlied...

Mi alarma suena tan fuerte que me levanto de golpe. Mis ojos están hinchados; estoy de vuelta a la realidad: una triste realidad donde mi Ema ya no existe, donde ella me ha dejado solo. Mis párpados pesan y me indican que he pasado los últimos días sumido en una terrible melancolía. Lo que me duele aún más es tener que fingir frente a mi padre que todo está bien, para no hacerlo enojar cuando, en realidad, lo necesito a él. Necesito que me ayude. Todos necesitamos un padre que nos apoye, un padre que nos ame, un padre que cuide de nosotros en todo momento. Siempre he tenido y disfrutado del amor de mi madre, pero también me gustaría que mi padre, aunque sea por un segundo, me abrace sinceramente y diga que me ama. Que no intente acercarse a mí solo cuando le beneficie en algo, que no pretenda usarme a su antojo hasta que mis sueños y metas se vean aplastados.

—Mamá, ya me voy —Alzo un poco la voz al no verla cerca.

—Ven a desayunar —Aparece en el umbral de la puerta que da a la cocina. Lleva un delantal y tiene las manos sucias de harina y un poco de miel en la mejilla.

Me acerco a ella para retirar las pequeñas porciones de comida que adornan su rostro.

—No tengo hambre —Miento—. En la escuela comeré algo.

—Vamos, prueba un poco. Me levanté muy temprano para sorprenderte.

—Mamá...

—Por favor —Hace puchero y me toma de la mano—. Solo un poco.

El color del amor Donde viven las historias. Descúbrelo ahora