Capítulo Veinticuatro

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Charlotte

Estás hermosa. No, tú eres hermosa.

Inclino un poco mi cabeza y junto mis manos al tiempo que cierro mis ojos, intentando concentrarme en este momento y no pensar en nada más. Millares de emociones recorren mi piel; sinceramente, hoy es uno de esos días en los que te levantas y solo quieres dar gracias a Dios. Agradecer por la familia, por las fuerzas que nos otorga en los días difíciles, por la dicha de ver un nuevo amanecer.

Somos tan bendecidos y ni siquiera lo notamos.

Nuestra vida se basa en tener cosas materiales cuando la verdadera riqueza es estar vivos y gozar de buena salud.

Me incorporo para despojarme de mi pijama e ir a darme una ducha. Hoy no tengo prisa, así que puedo tomarme mi tiempo. Cojo el shampoo y lo dejo caer en mi cabello, seguido de pequeños masajes. Repito el proceso unas tres veces antes de aplicar el acondicionador y desenredar. El agua empieza a llevarse todo rastro de espuma de mi cuerpo. Pongo mis manos sobre la pared y me permito descansar. Mi vista se pierde en algún punto de la misma y mi mente se encuentra muy lejos.

Han pasado algunos días desde que Harlied se marchó. En estos últimos días no logro pensar en otra cosa que no sea él.

¿Por qué se habrá ido?

¿Cuándo regresará?

¿Estará bien?

Un suspiro de frustración sale de mí y me envuelvo en la toalla para salir del baño. Una vez frente al closet, procedo a vestirme. Hoy vendrá Edward a visitarnos y debo ayudar a mamá con la preparación de la cena.

Me encamino hacia la cocina, donde mamá ya ha comenzado a picar los vegetales. Escojo un cuchillo y la imito.

—No sé por qué la cebolla se empeña en hacerme llorar tanto —bromeo.

Mamá sonríe y continúa con lo que está haciendo.

Me dirijo a la sala para cambiar el mantel de la mesa y colocar los platos, tenedores, cucharas y cuchillos. Luego pongo en el centro el arroz, habichuelas, ensalada y pollo guisado. De postre, mamá ha horneado galletas de avena y de chocolate.

Le indico a ella que puede ir a arreglarse mientras yo termino con lo que falta. Estamos a minutos de que Edward llegue.

Me doy un rápido baño para eliminar todo rastro de sudor. Me decido por una falda blanca con flores y una blusa rosa con mangas largas. Mi cabello está completamente seco, así que lo envuelvo en una cola baja, y combino los zapatos con la blusa.

Al salir, mamá ya está recibiendo a nuestro invitado e indicándole que pase.

—Dios te bendiga mucho, Edward —saludo en cuanto estoy en su rango de visión.

—Bendiciones para ti también —responde—. ¿Cómo has estado?

—De maravilla, por la gracia de Dios —le brindo una sonrisa y él me imita—. Me alegra mucho que hayas venido.

—Créeme, estoy encantado de estar aquí —Él le da una mirada a mi madre seguida de una sonrisa.

Mamá se pasa la noche entera mostrando su perfecta dentadura. Con cada palabra que Edward dice, es posible apreciar el gran hombre que está sentado frente a mí. Él nos cuenta cómo vino a los pies del Señor y el gran cambio que ha tenido en su vida desde entonces. Varias veces me agradece por aceptarlo como un nuevo miembro de nuestra familia, a lo que yo solo me limito a decirle que la felicidad de mi madre también es la mía.

***

Me doy una última mirada en el espejo, mis nervios a flor de piel, y mi rostro refleja la alegría que siento. Subo una mano para tocar el borde del vestido verde que cubre mi cuerpo. Mamá tenía razón; es muy hermoso y Catrina sabe cómo elegir. Se ajusta un poco a mi cintura y luego se abre hasta llegar a mis rodillas. Las mangas alcanzan mis codos. Mamá me ha peinado en un moño a un lado, con algunos rizos sueltos que realzan el estilo.

El color del amor Donde viven las historias. Descúbrelo ahora