Capítulo Uno

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Charlotte

El amor es más que una simple palabra.

El silencio que caracteriza este lugar otorga a la lectura una vibra indescriptible. La ausencia de sonidos facilita una concentración máxima en lo que se está leyendo. La mayoría de las veces aprovecho los recesos para venir aquí y perderme en el mundo de las letras, y hoy es una de esas ocasiones. Mi vista va de un lado a otro; no soy capaz de prestar atención a las personas a mi alrededor porque mi mente está inmersa en las páginas del libro que sostengo. Estoy tan absorta en el aroma y las letras que no me percato de la silueta que se ha posicionado a mis espaldas. Hasta que deja escapar un suspiro y me interrumpe con sus palabras:

—Otra vez leyendo eso.

Escucho la voz de Catrina muy cerca de mí.

—Es la primera vez que lo leo —le muestro una sonrisa—. El problema es que aún no termino.

—Bueno, de todos modos, ¿cómo es que no te aburres? —Hace una mueca—. A decir verdad, me habría dormido solo con el principio.

Acomodo mis lentes un poco y cierro el libro para prestarle más atención a Catrina.

—Lo dices porque no te gusta leer.

Ella se encoge de hombros y asiente.

—Sí, tienes razón. No es lo mío.

—¿Y qué te gusta hacer?

Trato de iniciar una conversación y hacerla sentir cómoda. No siempre se toma un minuto para hablarme.

—Fiestas, salidas con chicos —juega con una hebra de su cabello—. Ya sabes, cosas de adolescentes.

—Suena bastante divertido —hago una expresión de asombro.

—No te esfuerces tanto, sé que no es tu ambiente.

Asiento.

—No, ya no hago esas cosas.

—¿Antes las hacías?

Su pregunta me deja sin palabras.

No sé qué responder. No es un tema que me entusiasme tratar, ni siquiera deseo recordarlo. Como si fuera obra del destino, ella me indica que tiene que irse. Después de brindarme una sonrisa, la veo desaparecer a través de las puertas de la biblioteca.

Catrina es un poco difícil de tratar, pero creo que no es algo imposible. Un día me saluda y al siguiente actúa de forma extraña. Es como si tuviera dos personalidades: una muy social, que se lleva bien con todos, y otra que no soporta ni el zumbido de un mosquito y se enoja al instante. No obstante, siempre que la veo, le dedico una cálida sonrisa y trato de ser amable con ella.

Levanto mi reloj para observar que me quedan unos minutos antes de volver a clases, así que me quito los lentes por unos segundos, froto mis ojos, estiro mis brazos y me recuesto sobre el asiento con la cabeza hacia atrás. A mis costados, dos chicos están sumergidos en una lectura sobre la ciencia de la naturaleza y las matemáticas. Me levanto y empujo la silla, que emite un sonido.

—Shhh —uno de ellos lleva un dedo a su boca y me hace una seña.

—Lo siento... —digo en un susurro. Él niega con la cabeza y vuelve a su libro.

Tomo mis cuadernos para comenzar mi camino de vuelta al salón, que está en el segundo piso. Me permito andar despacio, sin prisa, ya que aún faltan algunos minutos para que termine el receso.

Me detengo en el umbral de la puerta al ver que todos los estudiantes están reunidos, observando lo que sea que esté pasando dentro.

Noto las manos de uno de los chicos.

El color del amor Donde viven las historias. Descúbrelo ahora