Capítulo Catorce

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Harlied

Mi corazón se aceleró ese día.

Vivir

Todos queremos vivir, todos, por más excluidos o acorralados que nos encontremos, vivir es algo que deseamos. No existe un solo día en el que no nos levantemos con la esperanza de que todo lo que suceda conlleve paz y felicidad.

Soñar

Una vida sin sueños, aspiraciones, metas, ¿para qué la queremos?, ¿para qué apreciaríamos algo sin sentido? Es como una vida sin propósito. Los sueños son los que nos motivan a abrir los ojos, a entusiasmarnos en el día a día. Los sueños ocupan una parte muy esencial en nuestras vidas, una parte que nos mantiene constantes en lo que es lograr o alcanzar metas.

Amar

Todos deseamos que alguien llegue a nuestras vidas y nos salve. Nos salve incluso de nosotros mismos, nos salve cuando las cosas se ponen difíciles, nos salve de esos días en los que las palabras "vivir y soñar" desaparecen de nuestras mentes y nos hundimos en soledad. Nos salve de esos días en los que no nos soportamos o no queremos estar aquí.

Yo tenía ese alguien.

Mi vida siempre fue un desastre. La manera en la que mi padre me trataba, la forma en la que se refería a mí como si no fuera más que un simple juguete, diseñado para que él me llevara y paseara a su antojo; esas fueron algunas de las tantas razones por las que empecé a desviarme, a dejar de creer en la vida, a abandonar mis sueños. Creía que no tenía sentido seguir engañándome con algo que nunca iba a suceder y que ceder ante la voz demandante de mi padre era la única opción a elegir.

Un día ella llegó.

Como una luz que llega en medio de la oscuridad, se detuvo frente a mí y sonrió con mucha calma. Fue un gesto que se grabó en mi mente al instante e hizo que volviera a respirar, a soltar toda la carga que llevaba en mi espalda.

Ella me ayudó en mis peores momentos. En los momentos en los que mi mente era un caos y sentía que no valía la pena, que el esfuerzo no importaba; nunca podría complacer las demandas de mi padre.

Ahora ella no está aquí.

Ema. Mi adorada Ema.

La oscuridad ha vuelto a cegarme por completo, ha apagado en mí aquello que antes salía a relucir, aquello que me hacía especial a los ojos de los demás y quizás por esa razón, Charlotte no tuvo más opción que correr. Tal vez sintió tanto miedo de mí, de lo que este monstruo podría haberle hecho, que, entre todas sus opciones, la única posible para salvarla era alejarse de mí.

¿Por qué me duele tanto?

Si yo mismo le he pedido que no me busque.

¿Por qué, al igual que con Ema, Charlotte me hace querer ser una mejor persona?

A mis espaldas escucho los murmullos de las personas que empiezan a reunirse para observar y pienso que sólo están aquí por curiosidad, con la intención de verme caer, con la intención de grabar en sus mentes el rostro de una persona que ha dejado de creer, que ha dejado de confiar.

Una señora que no recuerdo haber escuchado antes se posiciona a mis espaldas y, aunque no pueda verla, la cercanía de su voz me permite saberlo.

—Hola, chico, no hagas esto. Vamos a hablar, vamos a un lugar más tranquilo para que me cuentes sobre ti —Hace una pausa—. Puedes hablar de lo que sea, soy una extraña, ¿entiendes? Dicen que desahogarse con un extraño alivia las penas al saber que no tendrás que ver a esa persona nunca más.

—Oye, muchacho —Otra voz desconocida resuena en mis oídos—. No lo hagas, seguro tus padres deben estar preocupados. Piensa en ellos.

Una risa irónica y fugaz escapa de mis labios ante esa mención. Mi padre por lo único que se preocupa es por no perder un caso o cuando sus ideas se terminan. Por otro lado, el rostro de mi madre se presenta en mi mente, esa madre que siempre ha velado por mi bienestar, la que nunca ha dejado de decirme lo mucho que me ama, que nunca ha puesto su trabajo por encima de mí y ha secado mis lágrimas en los momentos más difíciles.

El color del amor Donde viven las historias. Descúbrelo ahora