Capítulo Once

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Charlotte

Eres tú, y todo lo que tenga que ver contigo.

—¡Hola! —Me saluda un chico acercándose a pasos rápidos—. Es raro verte, aunque estemos en la misma escuela.

—Hola —Respondo un poco extrañada, pero luego lo veo y recuerdo que es el chico que intentó ser amable con Harlied, aunque este lo rechazó—. Sí, lo mismo digo.

—Mi nombre es Ludwi —Me extiende su mano y recuerdo que aquella vez cuando chocamos no hicimos presentaciones.

—Soy Charlotte —Le regreso el gesto—. Un placer.

—¿Charlotte? —Cuestiona con sorpresa, a lo que yo asiento—. Es un nombre muy bonito.

—Gracias.

—De nada... —Sigo su mirada cuando lo veo abrir los ojos de par en par—. ¿Qué está pasando?

—Harlied —Digo casi en un murmullo al ver que se trata de él tomando a una chica por el cuello y observándola con rabia.

—¿Lo conoces? —Un curioso Ludwi cuestiona.

—Sí —Mi vista aún sigue puesta en Harlied.

A pesar de las palabras que me dijo la última vez que hablamos, sigo queriendo ayudarlo. Últimamente he estado pensando mucho en él. Aunque no quiera, mis pensamientos siempre terminan en ese chico. Él necesita comprensión, necesita que alguien le haga saber lo importante que es y que lo mire directo a los ojos hasta derribar todas sus barreras. Su corazón está muy herido, necesita sanar. No digo que sea algo que yo deba hacer, sin embargo, mis pies me guían y ahora estoy caminando en su dirección.

—¡Cállate! —Grita furioso. Aún así no me detengo—. Te dije que no hablaras de ella. No estás a su altura para siquiera mencionar su nombre.

—Me... estás... lastimando —La chica intenta ahogar un llanto—. Suéltame.

—Te dejé bien claro que no quería nada contigo más allá de estar entre unas sábanas. Pero te hiciste ilusiones.

Escuchar eso hace que reconsidere mis opciones de girarme y salir corriendo o avanzar hasta él para intentar hacer que se calme.

—Por favor... suéltame —La chica ya no puede soportar más y se echa a llorar.

—Harlied, por favor. Déjala ir. —Temo que esa chica pueda salir más herida—. Tú no eres así —Digo con mi mano en su hombro y mirando fijamente sus ojos.

Siento cómo relaja sus músculos y libera a la chica. Ella no tarda en salir corriendo, la observo atravesar un pasillo y desaparecer. Me giro para encarar a Harlied, pero él ha hecho lo mismo que la chica de hace rato y lo veo caminar en dirección a las escaleras.

—¿Estás bien? —Cuestiona Ludwi posicionándose detrás de mí—. No te preocupes. Él es de los que prefieren la soledad.

—Yo... estoy un poco nerviosa.

—Te entiendo —Él asiente—. La presencia de Harlied provoca eso.

—¿Hace cuánto lo conoces?

—Aproximadamente... —hace ademán de que piensa—, cinco o seis años.

—Entonces conociste a...

—Emarlia, o Ema, como él suele decir. Sí, la conocí. Era una chica encantadora.

—Por la forma en la que él actúa —Suspiro y mi mente está hecha un caos—, es notable lo mucho que la amaba.

—Demasiado. La palabra amor le quedaba corta a esos dos. Siempre derrochaban alegría. Él siempre era muy alegre, paciente. Pero... todo cambió cuando ella murió. El mundo de Harlied se derrumbó y él terminó cerrándose a todos. Todos sus amigos lo abandonaron.

El color del amor Donde viven las historias. Descúbrelo ahora