The Hell of Neverland | Peter Pan

Capítulo 1.

Estaba entumecida, como si se encontrara tirada sobre un lago helado. El dolor de huesos tan solo le ayudó a comprender que no estaba acostada plácidamente en su cama. Quería abrir los ojos, pero un horrible dolor de cabeza se lo impedía. Los apretó con molestia y se estiró; con las palmas de sus manos pudo comprobar que se hallaba tumbada sobre lo que parecía ser hierba.

Su cabeza funcionaba con lentitud; sentía mucho sueño, más que el que había podido experimentar alguna vez en la vida. Intentó hacer memoria de qué había pasado antes de que cerrara los ojos por última vez; estaba todo borroso, pero su corazón se empezó a acelerar paulatinamente. La sensación de algo oprimiéndole el pecho regresó a su mente y entonces se incorporó al instante.

Su respiración se había agitado, pero el extraño recuerdo había desaparecido por completo. No podía calmarse, pues miraba alrededor y no reconocía el lugar en el que se encontraba. Con las manos arrancó pequeños trozos de hierba y los plantó delante de su rostro para verlos con claridad, como si quisiera cerciorarse de que eran reales.

El olor a hierba húmeda invadió sus fosas nasales; pero era demasiado natural, no como el olor del césped recién cortado. También podía notar el rocío, esas pequeñas gotas de agua helada eran las que le transmitían el frío y las responsables de haber mojado el camisón que portaba.

El verse en pijama todavía la extrañó más. ¿Por qué lo llevaba puesto si no estaba en la cama? Lo que no traía era su desaliñado moño para dormir, el cual se cogía día tras día sin falta. Al contrario, su cabello rubio caía lacio por los hombros y debido a la humedad del rocío se había encrespado sutilmente.

La chica se incorporó con lentitud y se frotó la cabeza todavía con la sensación de que alguien la hubiese martilleado durante horas. Parecía estar en un claro, rodeada de altos árboles que daban la sensación de encontrarse en un bosque. ¿Cómo era eso posible? No había bosque alguno en medio de la ciudad, ni si quiera a las afueras.

- ¿Hola? – su voz sonó atascada en la garganta. Tenía miedo. Obviamente nadie respondió.

Se pellizcó repetidamente a lo largo de los dos brazos, suponiendo que eso era lo que se hacía para salir de un sueño, o en este caso, de una pesadilla. Desafortunadamente, no despertó. Al momento se dio cuenta de que estaba tiritando y se rodeó con sus propios brazos.

El ruido de hojas moviéndose logró crear una pequeña luz de esperanza en su interior, pero pronto se convirtió en un miedo atroz al creer que más que ayuda, podría toparse con alguien peligroso. No se detuvo a meditarlo y salió corriendo en la dirección contraria.

Llevaba unas finas manoletinas, el calzado más erróneo para caminar por el bosque, pero no le quedaba alternativa. Sus piernas se movían lo mas rápido que podían, con el deseo de salir a una carretera, o quizás a una casa de campo en la que le permitieran pedir ayuda.

Sus padres vendrían a buscarla, la sacarían de donde fuera que estuviese y entonces podría recordar cómo diablos había llegado aquí. El problema de fantasear tanto fue que no logró divisar la gruesa raíz que se interpuso en su camino, con la que se enganchó su pie y cayó al suelo estrepitosamente. Le fue imposible no soltar un agudo quejido.

Segundos más tarde, se dio la vuelta y observó sus rodillas raspadas por el golpe contra el suelo. Al mirar a su alrededor no vislumbró ningún extraño acechando, pero pudo darse cuenta de que el cielo había comenzado a iluminarse con los típicos colores previos al amanecer. El sol y la luz del día lograban calmar su terror en una ínfima parte.

Suspiró y se incorporó, pero la sensación de calma duró poco. Allí arriba, sentado sobre la rama de un árbol, había un chico de cabellera castaña. Un escalofrío le recorrió la columna haciéndole recuperar sus anteriores temblores; antes por frío y ahora por miedo. Sus ojos, de un intenso color verde, estaban clavados en ella; su ceño estaba fruncido y la fulminaba con la mirada, con el odio puro reflejado.