Capítulo 3.

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La noche era oscura y fría. Ella todavía sentía su pijama húmedo, pues el calor del día no había sido suficiente para secarlo después del accidente en el agua. Sirenas... en su mente repasaba con claridad la majestuosidad de su cola escamada; sin duda era real lo que había visto. Luego estaba un chico que se hacía llamar Peter Pan, un grupo de niños perdidos, una sombra escalofriante... todo parecía encajar con la descripción del cuento que había leído tantas veces de niña; pero al mismo tiempo tampoco se parecía más que en la esencia.

Sintió su estómago rugir y su boca pastosa debido a las numerosas horas que llevaba sin beber agua. Le dolía todo el cuerpo, sobre todo la espalda y la garganta, y sabía que no había forma de salir de esa jaula porque ya lo había intentado durante horas.

Podía apreciar la luz que emitía la fogata de los niños perdidos, por lo que supuso que el campamento no estaría demasiado lejos. Escuchar pasos acercándose le habría alarmado, pero la figura que los emitía en ningún momento se mostró oculta ni maliciosa. Félix se acuclilló a su lado y le pasó entre los barrotes un cuenco de madera con agua y lo que parecía ser una brocheta de algún tipo de carne.

- Lo necesitarás. - explicó al verla observarlo con duda.

- ¿Está envenenado?

- ¿De qué nos servirías muerta?

- ¿De qué os sirvo viva?

El rubio se encogió de hombros, tal vez porque no tenía respuesta o porque no la sabía.

- Esa decisión depende de Pan.

- ¿Mi vida depende de él?

- Ahora que estás en la Isla, sí. - asintió.

Bufó con burla y bebió un trago de agua. No pudo resistirlo y le dio otro, terminando el cuenco con desesperación. No le gustaba pedir, pero aún le agradaba menos morir deshidratada.

- ¿Puedes traerme otro?

Félix se rascó la nuca y miró en dirección al campamento, pensativo.

- Sí, supongo que sí. - accedió levantándose. - De momento cómete eso.

- Félix - le llamó antes de que se marchara. -, gracias.

El chico se tensó, no dijo ni hizo nada y se alejó.

Ella se culpó al instante por lo que había dicho. ¿Gracias por qué? ¿Por mantenerla cautiva en una jaula? ¿Por alimentarla para que no muera de inanición? No, le agradecía por haber sido la única persona medianamente amable con ella desde que estaba aquí.

Se terminó la brocheta lentamente, la garganta le dolía horrores y, aunque no podía verla bien, juraría que llamativos cardenales la decoraban. Félix todavía no había vuelto con el agua, lo que ya consiguió ponerla alerta. Sus sentidos hicieron bien en prepararse pues quien apareció con el cuenco no fue el rubio.

Retrocedió en la jaula temerosa cuando Pan se detuvo delante de los barrotes y esbozó una sonrisa.

- ¿Me tienes miedo?

No quería responder nada, pero cuando vio su rostro enfadarse supuso que no le sentaría bien no tener una contestación a su pregunta.

- No.

Peter se acuclilló, colocó el cuenco entre dos barrotes y esperó a que se acercara a por él. Ella tardó largos segundos en hacerlo; muy lentamente estiró el brazo, observando con cautela por si acaso debía retroceder en un instante. A punto estaban sus dedos de rozar el vaso, cuando Peter le dio la vuelta y vació su contenido en el suelo.

The Hell of Neverland | Peter PanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora