Capítulo 2.

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- Por favor. - una mísera súplica emergió de los labios de la chica. Tiritaba por el agua helada, o tal vez fuera por el miedo que le tenía a ese chico o a la muerte. Todavía no había podido serenar del todo su respiración, pero al menos había recuperado las fuerzas para mirarle a los ojos. - No he hecho nada.

Él levantó una ceja con indiferencia y se alejó un par de pasos.

- No me importa. - gruñó. - Por algo estás aquí.

- Ni si quiera sé cómo he llegado. - le rebatió, aunque pareció no escucharla.

- ¡Félix! - gritó. Otro chico salió de el bosque al momento y se aproximó a la pareja. - Llévatela. Ya sabes a dónde.

- ¡Por favor! - chilló. Intentó zafarse de su rubio amigo desde el mismo momento en el que le puso una mano encima, pero él le golpeó las costillas sin miramientos y la inmovilizó con las manos sujetas a la espalda.

El chico al que ahora conocía como Félix la introdujo en el bosque; seguía aterrada, pero una sensación de tranquilidad invadió el fondo de su alma al alejarse del otro.

Permaneció mucho tiempo en silencio, observando su alrededor en busca de una ruta de escape, o al menos algo que pudiera permitirle reconocer dónde se encontraba. Tan solo había maleza y bosque hasta donde la vista alcanzaba, algunas zonas más tenebrosas que otras.

Subieron la ladera de una montaña y no pasó desapercibido para ella la existencia de lo que parecía ser una hoguera apagada, así como unas cuantas espadas y arcos distribuidos por su alrededor.

- ¿A dónde me llevas? - cuestionó. Félix mantenía su agarre firme, aunque tampoco era brusco.

- A una jaula. - respondió.

- ¿Una jaula? - la palabra se atragantó en su garganta. - ¿Se supone que estamos en la Edad Media?

- No sé qué sitio es ese. - gruñó el rubio. - Ya has oído que estamos en Nunca Jamás.

Lo siguiente que pudo ver fue una jaula que parecía estar formada por barrotes de madera unidos con lianas y otros tipos de hierbas. Félix la empujó adentro y la encerró con un pesado candado. Debido a varias mallas que rodeaban la jaula, no podía ver bien el exterior más que por unas cuantas rendijas.

La chica parpadeó confusa. Nada de esto podía ser posible, debía haber una explicación racional. Sin embargo, dejó de darle vueltas al tema en cuanto se percató de que Félix tenía intención de marcharse.

- ¡Espera! - le gritó. Él se volvió y la observó con seriedad. Tenía los pómulos y la barbilla marcados; el pelo rubio, largo y despeinado; y una cicatriz cruzaba desde debajo de su ojo hasta cubrir la mitad de su mejilla. No se llevarían más que uno o dos años de diferencia.

- ¿Qué quieres ahora? - inquirió. Ella pegó su rostro entre los barrotes y pensó con rapidez. Quizás lograría algo si les seguía el juego.

- Has dicho que estamos en Nunca Jamás. - repitió y él asintió. - ¿Entonces tú eres Peter Pan?

Primero levantó ambas cejas sorprendido y luego una enorme sonrisa adornó su rostro.

- Te equivocas de chico.

- ¿Entonces...?

La siguiente pregunta quedó incompleta en cuanto una voz más grave sonó por encima.

- ¿A caso te he dicho que hables con nuestra prisionera, Félix? - el mismo chico que la había sacado del lago permanecía a unos cuantos metros de ellos.

El rubio perdió la sonrisa, agachó la cabeza y negó seguidamente.

- Entonces márchate. - le ordenó y este se alejó casi al instante, dejándolos solos.

The Hell of Neverland | Peter PanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora