Capítulo 7.

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En una esquina del que ahora era su dormitorio, Katherine había grabado pequeñas rayitas para llevar la cuenta de los días que había pasado aquí. De momento había anotado diez encerrada en la jaula, a los cuales sumó otros quince que habían pasado desde entonces. Llevaba casi un mes en la Isla.

Trataba de convencerse de que, como Pan decía que aquí el tiempo estaba congelado, tal vez no pasara igual que en el mundo real, por llamarlo de alguna forma. Aun así, se martirizaba al pensar en sus desamparados padres buscándola mientras que ella comenzaba a pensar que la Nunca Jamás no estaba mal del todo.

Ya tenía casi los mismos derechos que el resto de niños perdidos; podía moverme con total libertad y hacer lo que quisiera con tal de que no fuera sola. La mayoría la había comenzado a aceptar en el grupo, incluso estaba reintentado mantener una amistad con Félix.

Muchas noches, Zorro subía a buscarla y se escabullían por el bosque durante horas. Aquello estaba prohibido por Peter, por eso era más divertido. Al parecer, Zorro era el único que se atrevía a contradecir a Pan de vez en cuando.

Dicho sea de paso, Kath no había mantenido a penas relación con Pan; sin embargo, él siempre estaba presente para fastidiarle los mejores momentos. Le decía que dejara de ser tan ruidosa si reía demasiado, le deseaba que sufriera un accidente si salía a cazar con los chicos y se burlaba de ella cuando mejoraba en sus técnicas de combate.

- ¿Solo hay niños en Nunca Jamás? - le preguntó un día a Félix mientras él, subido entre las ramas de los árboles, le tiraba la fruta madura que iba encontrando, así que ella tenía que seguirle de árbol en árbol cargando con una cesta y recogiéndola.

- ¿A caso has visto a alguna chica más a parte de ti?

Era común en él no contestar a sus preguntas directamente, por lo que le costaba un esfuerzo mayor hallar las respuestas.

- ¿Por qué no hay más?

- La sombra solo suele traer chicos a la Isla.

- Niños perdidos. - puntualizó.

- Así es.

Kath agarró la cesta sosteniéndola entre los antebrazos y continuó andando.

- ¿Por qué se llaman niños perdidos?

- Porque están perdidos.

- Muy listo. - se burló. - No parecen perdidos en la Isla.

Félix tardó tantos minutos en volver a hablar que pareció que ya no lo haría.

- No perdidos en su sentido literal. - añadió. - Son niños que se sentían solos, querían libertad y amigos.

- ¿Cómo lo sabes?

- Porque esas son las características de todos los niños que llegan aquí.

- ¿También las mías?

- Tú lo sabrás mejor que yo.

Era innegable que siempre se había sentido sola. Sus padres tenían mucho dinero, pero también trabajaban en exceso. Cuando entró al colegio, los niños empezaron a ser crueles con ella, por lo que sus padres tomaron la decisión de que estudiaría en casa. Las pocas amigas que acudían a jugar a su apartamento dejaron de hacerlo pocos meses después.

Sin duda, su infancia había sido solitaria. Tan solo tenía la compañía de alguno de los criados y ayudantes de sus padres, pero a penas le hacían caso. Como mucho, obtenía algún que otro fin de semana en familia.

Conforme crecía, tampoco le concedieron libertad para hacer lo que quisiera o salir cuando le apeteciera. Tenían miedo de que le pasara algo por ser hija de dos empresarios de éxito, pero esa decisión no hizo más que sumirla en una profunda depresión que no desaparecía jamás de su interior.

The Hell of Neverland | Peter PanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora