Capítulo Cuatro.

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Cerrando finalmente la pastelería, Skylar toma las cajas de pasteles que Greg le tendía. Cada día se llevaba los pasteles que sobraban del día y los repartía en los comedores sociales que podía, como siempre quería tener sus pasteles frescos, es decir, del mismo día para cada uno de sus cliente, hoy llevaba cuatro cajas entre cupcakes, galletas y algunos otros dulces.

—Lo siento tanto, jefa. Pero hoy es mi turno de hacer las compras y cierran dentro de nada.

—Tranquilo, puedo con esto. Además a los rollitos de mi cadera le vendrían bien unas cuantas cuadras. —Marcando sus palabras con un movimiento de cadera, Skylar rie.

—Pero si estas para comerte, súper jefa. —Acercándose le deja un beso en la mejilla. —Nos vemos mañana.

—Adiós.

Agradecía vivir a unas seis cuadras de la pastelería, le servía para caminar y relajarse luego de un largo día de trabajo. Sobre todo de este día.

El hombre misterioso de ayer y hoy le pidió una cita, obviamente le dijo que no. No conocía a ese sujeto. Bien quizá esa no es una gran excusa, puedo cenar con él para conocerlo. Pero la verdad es que no tenía tiempo. Entre la pastelería y lograr manejar su vida personal se le escapaba el tiempo. Los pocos momentos que tenía sin estrés lo disfrutaba, o bien en su cama viendo cualquier programa basura en la televisión o en la cocina probando nuevos sabores. Pero el hombre misterioso era guapo, sobre todo con esos ojos y ese rojo en su cabellera. Lastima.

—Triste, que triste no vernos nuevamente gigante misterioso.

—Espero que ese hombre misterioso sea yo.

Dejando escapar u pequeño grito, Skylar se vuelve hacia la voz a sus espaldas.

—Maldición. —observando al hombre deja escapar un resoplido. —De verdad, cuando llegaste hoy me dije: "Oh, después de todo no es un imbécil, ni un posible violador, incluso me regreso mi bolso con todas las cosas. Quizá lo juzgue mal." Luego abriste la boca y me volviste a llamar neurótica, loca y muñeca pensé: "No, si tiene algunas señales de imbécil." Pero esto, —intento hacer una señal con su cabeza refiriéndose a él frente a ella. — es otro extremo.

Retomando su caminar intenta dejarlo atrás cuando este comienza a reírse. Después la loca era yo. En definitiva el trastornado era él y de remate.

— ¡Espera! Lo siento. —alcanzando su paso, camina a su lado. —No soy un acosador, ni nada de eso.

—No me digas.

—En serio. Solo intento conocerte mejor y vi que cerraban la tienda a las ocho y decidí volver a intentarlo.

—Si, como ya te dije: no quiero salir contigo.

— Déjame ayudarte. —Intenta tomar las cajas.

—No, yo puedo. Deberías volver por donde viniste, de verdad no tengo tiempo.

—En realidad vamos hacia la misma dirección. No es problema. Permíteme ayudarte.

—No. Puedo sola. —En vista que no dejaría de caminar a su lado y que la acera no estaba tan transitada, dijo después de unos diez minutos de silencio: — De acuerdo, si estas empeñado en caminar a mi lado, por lo menos di algo. No me gustan los silencios.

—Bien. ¿Quieres saber algo en específico?

—Lo que sea.

—Trabajo cerca de tu pastelería. Me dedico a la seguridad e investigación privada.

— ¿De verdad? Cuesta creerlo. Señor acoso.

—Generalmente no soy así. Lo prometo.

—Ajá. Supongo que así diste conmigo.

La amenaza más dulce.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora