Capítulo XXIII

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El martes Minho vino a casa a las seis de la mañana como había prometido. En cuanto entró en casa y divisó a Mike lo secuestró con él para ayudarlo con la tabla de sonidos y poner, entre los dos, el sonido que más se adaptara al ritmo de la canción.

Los dos parecían más despiertos que nunca modulando los sonidos y yo, por el contrario, parecía un zombie. Tenía demasiado sueño y sentía los ojos pesados. No me había atrevido a mirarme en un espejo pero intuía que tendría ojeras de no haber pegado ojo casi en la noche. Además sentía mi cuerpo más pesado que nunca como si cargara un ancla conmigo. El día había empezado torcido de todas las maneras posibles e iba a necesitar por lo menos otros dos litros de café (sumado a las tres tazas que me tomé la noche anterior) para intentar solucionar al menos un tercio de los problemas que acarreaban mi cuerpo.

Al final Mike y yo terminamos todos los arreglos de la letra a las tres y media de la mañana y hasta las cuatro no había conseguido conciliar el sueño por más cansada que estuviera. Lo que resultó en solo dormir dos horas por lo que sabía que mi estado de cansancio se debía a eso.

—Creo que esto ya está...¡Listo!

Cuando tuvieron todo preparado ambos se sentaron delante de mi en la mesa y se pusieron a devorar sus desayunos. Como Minho había venido temprano, decidí prepararle el desayuno ya que encima nos hacía el favor de dejarnos su tabla. Los dos parecían hienas comiendo su comida y a mi apenas me entraba una simple tostada por el esófago.

—Sun tienes mala cara —resaltó Mike algo que yo ya sabía.

—No me siento muy bien.

Y aún así debía ir a la escuela para presentar la canción y aprobar la asignatura con buena nota. No podía permitir ningún suspenso en mi boletín.

—Deberías comer algo al menos —Minho hablaba mientras miraba mi comida relamiéndose. Estaba claro que todavía seguía con hambre a pesar de haberse comido tres tostadas y una gran taza de café. Le alcancé mi plato y me levanté de la mesa.

—Iré a prepararme.

Sin decir nada más me encerré en el cuarto de baño. Encendí el grifo del lavamanos y me quedé con las manos apoyadas en el mármol, con la cabeza agachada y mirando como el agua fluía. Ese día necesitaba descansar más que nunca. Me dolía todo el cuerpo y sentía la cabeza apunto de estallar. Me mojé la cara, cerré el grifo y abrí el armario que había detrás del espejo. Revolví todo lo que había dentro hasta conseguir el frasco de pastillas que necesitaba. Saque una del frasco y me la tomé sin agua. Iba a guardar de nuevo el frasco pero, pensando que me haría falta alguna pastilla más a lo largo de la mañana, decidí guardarme el frasco en el bolsillo de la falda. Si tenía que estar ocho horas rodeada de gente que no dejaba de hablar y que gritaba hasta por los codos necesitaría tomarme como mínimo otras dos.

♪♪♪♪

El colegio era lo más agotador y agobiante del mundo. Escuchar a todo el mundo hablando de sus vidas con personas que habían visto el día anterior era agotador. ¿Qué tanto les había pasado en menos de veinticuatro horas para no dejar de hablar ni unos minutos?

Pasó media mañana y yo seguía igual o peor que por la mañana. Me había tomado una segunda pastilla pero ni aún así disminuía la presión latente de mi cabeza. Mi cuerpo era un peso muerto, el cuál había arrastrando durante todo el día por los pasillos. Mis pies se negaban a despegarse del suelo.

Cuando llegó la hora del almuerzo todos salieron corriendo del aula. Era en momentos como ese, cuando todo el mundo se aglomeraba por los pasillos dándose codazos para poder pasar, cuando me alegraba de quedarme de las últimas en salir del aula. Cuando salí de clase ya no había nadie por los pasillos y se escuchaba un barullo de voces procedente de la cafetería que estaba al girar el pasillo. 

Antes de llegar a girar la esquina y poder divisar la cafetería me sujeté a la barandilla de la gran ventana. Me estaba empezando a marear. Todo el pasillo daba vueltas. Apoyé la cabeza contra el frío cristal de la gran cristalera cerrando a su vez los ojos para intentar que se pasara rápido. La siguiente hora era nuestra presentación y yo tenía que cantar. No sabía si iba a ser capaz de mantenerme en pie sin marearme.

—¿Estás bien? —abrí lo justo mis ojos para poder ver por unas pequeñas rendijas. No despegué la cabeza del cristal pero miré a la chica que me veía preocupada a pocos pasos de mí.

—Sí, solo me he mareado.

No sabía quien era. No la había visto en lo que llevábamos de trimestre, aunque con lo poco social que yo era no me sorprendería si iba a mi clase y yo no me había dado cuenta de ella. Era más alta que yo, con el pelo de un rojo muy intenso (seguro tintado) y unos ojos marrones profundos que no sabría decir si eran naturales o tan solo unas lentillas. Llevaba el mismo uniforme que yo pero con la corbata roja. Era de segundo año.

—¿Quieres que te acompañe a la enfermería?

Negué con la cabeza y despegué la frente del cristal, que ya se había calentado por mi calor corporal. El mareo había disminuido un poco y conseguía ver a la chica con los pies sobre el suelo y no flotando por el solitario pasillo.

—No tranquila. Ya se me ha pasado —una verdad a medias. Sí, se había pasado pero el dolor punzante seguía taladrando mi cabeza cada vez con más fuerza.

—De acuerdo. Nos vemos —se alejó de mi por el pasillo, hasta que giró la esquina y desapareció, supuse, en la cafetería junto a todas las voces.

Volví a apoyar la frente contra el cristal. Respiré hondo varias veces y miré la puerta abierta de la cafetería por donde se escuchaba un gran griterío. No tenía fuerzas para entrar a la cafetería y escuchar el murmullo de todo el mundo aumentando mi jaqueca, así que directamente me fui a la sala de lenguaje musical. Subí dos tramos de escaleras y caminé el largo pasillo hasta el segundo edificio. Abrí la puerta, que por suerte no estaba cerrada con llave, y entré. No había nadie adentro y lo agradecí, no quería escuchar a nadie. Me senté en mi asiento, acomodé los brazos encima del pupitre a modo de almohada y dejé caer mi cabeza sobre estos cerrando los ojos. Paz y tranquilidad, por lo menos durante unos minutos.

♪♪♪♪

No sabría decir en que momento me quedé dormida, ni en que momento todos habían entrado en clase. Solo sabía que mi cabeza estaba mucho mas pesada que antes y que alguien me estaba tocando la frente.

Abrí los ojos poco a poco y vi a Mike arrodillado delante de mi con su mano en mi frente.

—Sun, estás ardiendo —si que notaba el cuerpo caliente pero aún así tenía frío, ¿Acaso habían conectado la ventilación?— ¿Estás bien?

Murmuré que si, aunque no sabía si se me habría entendido con los pastosa que tenía la boca, y levanté la cabeza para ver a todos mirándonos. Mike dijo que eramos los primeros. Me levanté del asiento demasiado rápido por la impresión de saber que seriamos los primeros y me mareé. Me veía de culo en el suelo sino llega a ser por Khalan que estaba detrás de mi para sujetarme. Se lo agradecí con una leve inclinación de cabeza y me paré de nuevo por mi misma. ¿Por qué la clase daba tantas vueltas?

—¿Segura que estás bien? —asentí despacio con la cabeza y Mike me guió hasta el pequeño escenario.

Cuando estuvimos de pie encima de la tarima, él se fue detrás de la mesa donde estaba colocada ya la tabla de sonidos y yo me apoyé en el micrófono como si este me fuera a salvar la vida. Veía todo distorsionado. Cerré y abrí un par de veces los ojos para tratar de enfocar alguna cara.

Mike empezó con la canción y yo traté de reconocer el ritmo. Todo estaba tan confuso dentro de mi cabeza. Cuando conseguí pillar el ritmo ya me tocaba cantar, pero no pronuncié ni dos palabras seguidas cuando todo a mi alrededor se volvió difuminado y negro.

Escuché un ruido sordo y sentí un fuerte golpe en mi cuerpo. Oí a alguien llamarme y unas manos sobre mi cuerpo. Sentí demasiado frío en ese momento. Pero tal como todo vino, se fue. Dejé de sentir manos, dejé de escuchar voces y dejé de ver nada que no fuera el color negro tan característico en mi vida.

Los Colores De Tu Música || 1° ParteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora