Capítulo XXV

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Estaba teniendo alucinaciones o estaba reviviendo recuerdos del pasado aún cuando tenía los ojos abiertos en la oscuridad. Veía a mi padre y a mi madre. Veía a una pequeña yo de la mano de sus padres paseando por la orilla del río Han. Veía una familia feliz, sin problema alguno. Era la vida que yo tanto había deseado durante los últimos cuatro años, la vida que se había ido en un simple día hacia cuatro años.

La escena cambió en cuanto quise llamar a mis padres y pedirles que volvieran conmigo a lo que eramos antes, y me encontré en el salón de mi antigua casa. Me veía a mi con once años tocando la guitarra sentada en las piernas de mi padre mientras mi madre cantaba a nuestro alrededor. Mi padre sonreía mirándonos con orgullo a ambas y nos decía que eramos lo que más quería en el mundo. Mentira.
Aquellos tiempos eran los que siempre me atormentaban en las pesadillas. Me recordaban constantemente que mi familia ya no volvería a ser así. Que con la huida de mi padre se había abierto una profunda grieta por la que yo no dejaba de caer y caer.

La escena volvió a cambiar y ahora estaba yo, con trece años, sentada al lado de mi padre mientras los dos cantábamos una canción que mamá había compuesto para nosotros con su guitarra. Aquella letra siempre estaba enterrada debajo del dolor punzante de mi pecho. Debajo de toda aquella oscuridad que amenazaba con hundirme día a día.

Mi padre. Aquella figura paterna que yo solía tener y a la cual admiraba. Él me había convertido en el monstruo que era ahora. Un monstruo con solo sentimientos dolorosos y negros. Mi felicidad, mi risa y mi madre. Todo fue desapareciendo poco a poco y la escena volvió a cambiar.

Esta vez lo que vi fue a Mike en nuestro piso. Trayendo tinas con agua y sentado al lado de mi cama mientras yo estaba tumbada en mi cama con los ojos cerrados pero escuchando sus leves murmullos. La escena se fue difuminando y todo quedó negro.

Sentí unos suaves dedos en mis mejillas. Abrí los ojos de golpe asustada por el repentino toque en mi piel, y me encontré con el techo de mi habitación ahora iluminada por la luz que se filtraba por la ventana. Miré hacia la izquierda y vi a Mike mirándome preocupado. No lo había soñado. De verdad había estado cuidándome. Se había quedado a mi lado todo el tiempo. Se sentía tan extraño tener a otra persona que no fuera Minho a mi lado. Los últimos años yo había cuidado de mi misma cuando estaba enferma, menos cuando era inevitable y Minho se quedaba conmigo. Se sentía diferente que ahora fuera él quien estuviera velando por mi junto a mi cama.

—¿Estás bien? —su pregunta no se refería solo a la fiebre. Sentía mis mejillas mojadas y sus dedos estaban limpiando mis lágrimas.

Había estado llorando, de eso no me cabía ninguna duda. El recuerdo de mi padre siempre producía la misma sensación en mi: un vacío monumental, una opresión en el pecho y unas inmensas ganas de llorar hasta quedarme seca.

Mi padre no se había comunicado ni con mi madre ni conmigo en esos cuatro años. Ni siquiera llamó cuando el médico me avisó del estado de mamá y de que había intentado contactar con él pero su teléfono no daba señal. El médico me contó de los nuevos métodos que estaban empleando en el tratamiento de mamá y que todavía era pronto para saber si eran efectivos o no.

—No lo sé —la fiebre todavía me hacía delirar y ni siquiera sabía si estaba contestando algo con sentido—. ¿Nunca te has preguntado porqué la gente se va? —aparté la mirada de él y miré el techo. Repentinamente esta pared blanca era lo más interesante del mundo—. Se van, desaparecen, mueren. Él nos dejó y por su culpa mi madre se irá pronto también. Es estúpido echarle a él la culpa de la enfermedad de mi madre, pero pienso que si no se hubiera ido mi madre lo habría superado —no sabía si Mike se estaba tomando en serio lo que estaba diciendo o lo estaba asociando a la fiebre, algo que yo mismo me preguntaba ¿Estaba contándole eso porque quería que lo supiera o solo lo hacía porque la fiebre me obligaba a desnudar mi alma con él?—. Tengo miedo. No quiero que mi madre se vaya. Tengo miedo de quedarme sola y que la oscuridad me consuma. Mi madre es la pequeña lucecita que enciendo en la oscuridad para alejar a las sombras, pero me temo que si se va la oscuridad me hará parte de ella. Me reclamará parte de ella y no me soltará nunca.

Los Colores De Tu Música || 1° ParteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora