Capítulo XXVIII

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El hospital era demasiado deprimente, tanto si ibas de visita como si te tocaba quedarte allí ingresado. Evitaba todo lo que podía acercarme a uno y durante los último cuatro años solo venía para visitar a mamá pero ahora, tumbada en una camilla sin poder abrir los ojos, era incluso más deprimente. 

El médico, que me había revisado los golpes de la cabeza, me había puesto unas gotas en los ojos y me había sugerido que no los abriera en unas cuantas horas, para que la solución se filtrara hasta el fondo. Además una enfermera, que no estaba segura si era la misma que nos había acompañado hasta la habitación, ya que no podía abrir los ojos e identificarla solo por la voz era difícil, venía cada hora y media a cambiar la compresa fría que tenía sobre los párpados.

Mike no se había apartado de mi lado desde que habíamos llegado al hospital. Lo sentía a mi lado pero no podía verlo, lo cual era frustrante por una parte. Sabía que estaba conmigo por la tranquilidad con la que su mano acariciaba la mía y porque sentía ese calor en el pecho que había surgido hacía días cuando estaba junto a él. Estar cerca suyo se había convertido en una manera de no encerrarme en mi misma. Él había sabido abrirse camino en mi pecho hasta empezar a resquebrajar mi escudo.

No sabía que hora era, puesto que había salido del trabajo cerca de las nueve y con todo lo ocurrido había perdido el tiempo de vista. Era un chiste muy malo en las circunstancias en las que estaba, pero el hambre me estaba desesperando.

—Mike —lo llamé, pero no contestó. Seguía a mi lado porque estaba agarrándole la mano, pero debía de haberse quedado dormido—. Mike —con la mano que tenía libre fui tanteando el colchón hasta dar con su cabeza apoyada al borde de este. Le zarandeé un poco la cabeza y él gruñó por lo bajo—. Mike

—¿Qué pasa? —lo escuché bostezar y me lo imaginé con su pelo desordenado cayendo de manera desperdigada por su frente y con los ojos azules medio cerrados. Era muy difícil no abrir los ojos y deleitarme con su faceta de recién despertado.

—Tengo hambre —lo escuché reírse. No se que debería hacerle tanta gracia. Claro, él no estaba en una camilla medio ciego—. ¿De qué te ríes?

No podía abrir los ojos pero esperaba que mi cara demostrara que estaba enfadada porque se hubiera reído de mí. Si no tuviera que estar con los ojos cerrados y la cabeza en alto para que la compresa fría no se cayera yo misma me habría levantado de la camilla y, aunque hubiera tropezado con todo el que pasara, habría llegado hasta una de las máquinas para comprarme algo de comer. Algo que me llevaba a preguntarme ¿Dónde estaría mi chaqueta con el móvil y la cartera? ¿Seguiría en aquella calle donde los dejé caer para quitarme a Jun de encima?

—Justo antes de salir corriendo de casa, había preparado la cena para los dos. Creo que ya estará demasiado fría como para comérsela cuando nos vayamos a casa —me lo imaginé encogiéndose de hombros y entonces me arrepentí de lo que había pensado. No se estaba riendo porque lo hubiera despertado diciéndole que tenía hambre, sino por lo irónico de la situación.

Mike me sorprendía cada día más. No solo había ignorado su faceta de gilipollas de los primeros días, sino que estaba descubriendo en él cosas nuevas. Estaba claro que la fama de ser cantante y además famoso en una plataforma mundial como Youtube no se le había subido a la cabeza como a otra gente. Él conservaba su lado humano.

—Lo siento —separé nuestras manos y me masajeé las sienes. 

—No te disculpes, no es tu culpa. ¿Qué te apetece comer? —escuché el chirrido de las patas de la silla. Ya sabía donde había estado sentado Mike todo este tiempo.

—Lo que sea está bien.

No dijo nada más y escuché la puerta corrediza de la habitación abrirse y cerrarse. Me quedé sola en la habitación sin ver nada, ni escuchar otra cosa que mi respiración. Me puse a pensar en lo que había dicho el policía. ¿Iba a denunciar a Jun? Había sido mi novio y conocía a sus padres, pero lo que había intentado hacerme....El alcohol no justificaba sus actos. Que alguien se emborrachase no me parecía excusa suficiente para perdonarlo de los actos cometidos. Si, definitivamente lo iba a denunciar aunque me sintiera mal por los padres de este pero así aprendería a controlarse antes de beber hasta quedar como una cuba.

Los Colores De Tu Música || 1° ParteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora