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once años atrás.

La pelirroja corría hacia Simon, estaba emocionada por contarle sobre los nuevos acrílicos que su mamá le había comprado, ¡tenía hasta el color dorado! y ese era difícil de conseguir a estas alturas del año.
El calor hacía que su cabello se rizara levemente y se le pegara a la nuca, sus manos estaban manchadas de barro debido a que en el camino al colegio había caído en un charco de lodo y usó sus manos como protección, los shorts holgados le llegaban hasta la rodilla y llevaba su remera favorita con el dibujo de una estrella que su madre se había encargado de pintar.

Cuando estaba a unos metros de llegar a su mejor amigo, unos niños entraron corriendo detrás de ella. Un rubio y un pelinegro para ser más exactos, el chico de cabello claro corría ligeramente más rápido que su acompañante lo que hizo que el ojiazul comenzara a moverse más rápido para tratar de alcanzarlo. Cuando ambos chicos alcanzaron a Clary, el rubio sonrió y Clarissa pensó que se veía bonito pero nunca se puso a pensar el motivo por el cuál el niño sonreía hasta que su cuerpo fue empujado levemente hacia delante, haciendo que cayera de rodillas y éstas se dieran contra el suelo.

— ¡Alexander! — una voz chillona gritó pero los nenes seguían corriendo y se limitaron a subir las escaleras ignorando a la chica que gritaba tal como a Clary —. Um, déjame ayudarte.

La pelinegra se paró delante de Clary pero la ojiverde tenía la mirada agacha, observaba sus zapatillas atentamente como si buscara algo fuera de lugar. Agradecía que esto había pasado una hora antes del comienzo de clases ya que si no habría quedado en ridículo delante de todo el colegio, sabía que de todas formas la chica frente a ella había visto cómo caía, que no tenía sentido quedarse sentada en el piso sin contestarle así que levantó la vista y la observó.

Una chica alta de cabello negro y ojos oscuros estaba parada a su lado, llevaba unos jeans azules y una remera color celeste con el estampado del puente de Brooklyn.

Clary pensaba que se veía como una muñeca, también parecía esas jóvenes actrices que salían en las series que veía su mamá. Probablemente ella fuera muy popular, probablemente ella nunca sería amiga de alguien como Clarissa Fairchild quién no tenía nada qué ofrecer más que abrazos, pinturas y su positivismo.

Izzy estiró su mano para que la pequeña niña pelirroja la tome y así fue, no le importaba que su mano también quedara manchada de marrón, la ayudó a pararse rápidamente y le sonrió.

— Lo siento, mi hermano es algo competitivo y estoy segura que no quería lastimarte, mi nombre es Isabelle por cierto pero puedes decirme Izzy.

— De acuerdo — Clary susurró para luego toser y volver a hablar en un tono levemente más alto —, mi nombre es Fairchild, digo, Clary. Bueno, Clarissa Fairchild pero puedes llamarme Clary.

Isabelle rió y Clary quería desaparecer, si antes había quedado en ridículo ahora lo estaba aún más. Su rostro se pintó de un color rosado y a Izzy le parecía adorable.

— ¡Clary! ¿estás bien? — el castaño, quien había observado todo desde lejos se acercó a ellas luego de convencer a su cerebro de no decir nada fuera de lugar frente a la chica nueva.

— S-sí, yo — Clary miró a Simon con confusión, el chico le había hablado a ella pero no la estaba mirando. Miraba a Isabelle, como preguntándose si ella era real. Clarissa conocía esa mirada; era la misma con la que había mirado a la profesora de historia Theresa Gray antes de confesarle su gran crush con la mujer —, ella es Izzy.

— Hola, mi nombre es Simon — el chico volvió a hablar y sonrió estúpidamente para luego acomodar sus lentes en el puente de su nariz.

— Es un lindo nombre.

Clary frunció el ceño y miró a Isabelle, no es que Simon fuera un nombre horrible pero raramente las personas contestaban eso luego de que alguien se les presentara y pudo notar cómo Isabelle miraba a Simon, como si Simon fuera una especie de cantante adolescente y ella su mayor fan.

Los niños seguían hablando entre ellos animadamente mientras Clary bajaba su vista nuevamente a sus zapatos, un terror inundó su ser de sólo pensar en que Isabelle podía llegar a robarle a su mejor amigo y que ella entonces quedaría sola, sola o tendría que comenzar a juntarse con Maia Roberts y no quería ser amiga de la morena, no quería ser amiga de ninguna otra persona que no fuera Simon porque los demás las juzgaban demasiado por ser la preferida de la profesora de arte y por ser hija del director de la institución.

Sin embargo, cuando Simon pasó su brazo por su hombro supo que no tenía que luchar contra nadie por la amistad del castaño porque Simon jamás la dejaría de lado, porque se lo había prometido esa noche en el campamento de tercer grado y las promesas son para siempre.

Entonces cuando comenzaron a caminar hacia el salón es cuando se dió cuenta que apartir de ahora ya no serían dos amigos inseparables, si no tres.

BIG GIRLS, clizzy.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora