45. Rosa

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En cuanto oyó el sonido de la ducha, Donghae supo que no disponía más que de unos minutos para preparar los últimos detalles.

Salió corriendo al patio por el balcón del dormitorio y volvió con un precioso capullo de rosa amarillo que dejó sobre la almohada. Después encendió todas las velas y puso la música que con tanta intención había escogido, pues eran las canciones que Kate y él habían escuchado tantas veces camino del pico Sentinel.

Llevaba años soñando con aquel momento y ahora por fin había llegado. Una vez consideró que todo estaba perfecto, esperó con impaciencia a que ella saliera.

Estaba tan concentrado en la puerta del baño, que cuando por fin se abrió, tuvo que parpadear varias veces para asegurarse de que no lo estaba imaginando.

No, la puerta estaba realmente abierta y Kate estaba ahí, con el rostro sonrojado por el calor de la ducha y rodeada de un halo formado por la luz procedente del cuarto de baño.

Jamás había visto una mujer tan hermosa. Se puso en pie sin decir ni palabra.

—Aquí estoy —susurró ella—. Vaya, esa música me trae muchos recuerdos... — su mirada bajó hasta la rosa que había sobre la almohada. Se acercó a ella y la agarró—. Yo... había olvidado que tenías ese rosal —se llevó la rosa a la nariz y cerró los ojos.

Donghae pensó que recordaría aquella imagen durante el resto de su vida. Kate era todo lo que siempre había deseado, pero no sabía cómo decírselo; tenía miedo de que, si intentaba hacerlo, rompería el hechizo del momento.

Ahora la tenía allí y ella lo deseaba. Era suficiente por el momento.

—El camisón era de mi talla —dijo ella.

—Estás... absolutamente preciosa —aunque estaba mucho más eso.

—Gracias. Y gracias por la rosa —añadió, sentándose en la cama.

Donghae asintió, demasiado emocionado como para hablar.

—¿Vas a venir a la cama?

—Sí —pero no podía moverse, quería memorizar la imagen de Kate esperándolo en la cama a la luz de las velas.

—¿En las próximas horas?

—Lo siento —debía de estar pensando que era un estúpido—. Es que...

—¿Qué?

—Nada —respondió, quitándose la camiseta.

—Dímelo, Donghae.

—Pues que deberías estar en un calendario o algo así —se despojó también de los pantalones y de los calzoncillos. Kate miró su erección.

—Por tu reacción, puedo hacerme a la idea de a qué tipo de calendario te refieres.

—Lo siento si te he ofendido —dijo él inmediatamente.

—No me he ofendido. La verdad es que, con este picardías, me siento como una chica de calendario —confesó, al tiempo que le acariciaba el pene con la rosa.

Donghae gimió sorprendido. Nunca había sentido nada parecido a las suaves caricias de los pétalos.

—¿Otro truco del Kamasutra?

—No, que yo sepa. Esto se me ha ocurrido sola. Cuando lo hago, te estremeces.

Donghae le quitó la flor de las manos.

—Veamos si puedo hacer que tú también te estremezcas.

—¿Cómo?

—No sé. Túmbate, a ver qué se me ocurre.

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