17. Tortura

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El vino servía de ayuda, pero Kate aún no podía creer lo que estaba haciendo.

Era como si alguien estuviera diciéndole lo que debía hacer, pidiéndole que fuera mala, lo bastante mala para hacerlo caer rendido a sus pies, como le había sugerido Sooyoung.

Y, a juzgar por la expresión de su rostro, estaba a punto de conseguirlo.

Mientras, ella también se estaba excitando enormemente. Jamás había sido tan atrevida con ningún hombre.

—No soy la muchacha inocente que recordabas, Donghae.

—No —tenía la voz ronca y apretaba un almohadón entre las manos—. ¿Y se supone que debo quedarme aquí... mirando?

—Exactamente. A menos que quieras marcharte.

Donghae negó con la cabeza.

—Entonces, que empiece la fiesta —tenía el tanga empapado.

Había empezado a planear todo aquello mientras se cambiaba de ropa. Se había comprado aquel pantalón en un momento de locura, pero nunca se lo había puesto... hasta esa noche.

—Kate, me gustaría que me dejaras...

—Te dejo que me mires —apenas reconocía su propia voz, que se había vuelto profunda y sensual; la voz que tendría una mujer masturbándose con una vela del tamaño de un pene.

Donghae emitió una especie de gruñido.

—Por atención —le ordenó sin apartar la mirada de sus ojos mientras introducía un poco más la vela—. Puede que aprendas algo —ella también estaba aprendiendo algo, lo divertido que podía resultar ser mala.

Sólo un roce más y estaba a punto de alcanzar el clímax.

—Está bien, ya te estoy suplicando.

—¿Qué me suplicas? —preguntó sin dejar de mover la vela, pero haciéndolo un poco más despacio para prolongar el placer de ver a Donghae completamente a su merced.

—No termines así —le imploró con los ojos brillantes—. Déjame que yo te toque... por favor —se movió hacia ella.

—No. Quédate ahí.

—¡Quiero hacerte disfrutar!

Empezaban a temblarle las piernas.

—Pero esto es satisfacción garantizada.

—¡Y yo también!

—No lo sé —comenzó a mover la vela más y más rápido.

—Vamos, Kate... no lo hagas.

—Estoy a punto, Donghae —susurró entre gemidos y espasmos de placer—. Y es... maravilloso.

Se dejó caer sobre los almohadones y después lo miró con los ojos entreabiertos.

Estaba destrozado.

Por un momento sintió lástima por él y pensó en invitarlo a su dormitorio. Pero entonces recordó que se había colado en su apartamento con la intención de seducirla con vino y velas.

Quizá hubiera funcionado con la antigua Kate.

Si ahora se lo llevaba al dormitorio, echaría a perder todo lo conseguido. Una chica mala no debía ponerle las cosas tan fáciles.

—¿Y ahora qué? —preguntó él.

—Podemos vernos mañana.

—¿Me estás diciendo que me vaya? —dijo anonadado.

—Han pasado muchos años, Donghae. Necesitamos tiempo para...

—¿Para que vea cómo te masturbas? Es ridículo.

—No tienes por qué volver mañana si no quieres.

—Puede que no lo haga.

—Como quieras. Pero si decides venir, hazlo a las seis. Habrá algo de comer y algo... interesante.

—Supongo que plátanos y pepinos —dijo con sarcasmo y frustración.

—Seguro que se me ocurre algo más creativo.

—No lo dudo —se quedó observándola unos segundos—. No sé qué hacer contigo, Kate. Pensé que simplemente podríamos disfrutar juntos del sexo.

—No es tan sencillo. De todos modos, si decides venir mañana, te prometo algo.

—¿El qué? —preguntó con desconfianza. Kate sonrió.

—Que no serás un mero espectador.

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