40. Transparente

373 29 2
                                    

Incluso antes de ver el interior, Kate sabía que la casa de Donghae sería magnífica.

Situada en una pequeña colina sobre la ciudad, el edificio de una sola planta debía de tener unas preciosas vistas desde el patio. A la derecha de la entrada, había una preciosa fuente de estilo mexicano y a la izquierda un frondoso árbol de mesquite cuyas hojas se mecían con la brisa.

Donghae le abrió la puerta vestido con una ceñida camiseta blanca y unos pantalones vaqueros. Del cuello le colgaban unas gafas de protección. Todo él olía a serrín.

—¡Hola! Qué rápido has venido.

—Es que no había nada de tráfico —no podía decirle que había sobrepasado el límite de velocidad en un par de ocasiones.

Durante el instituto, Donghae había trabajado en una enorme tienda de bricolaje, y Kate había ido a visitarlo a menudo.

Seguramente de aquella época procedía su debilidad por el olor a madera y a serrín, un olor que actuaba sobre ella como un afrodisíaco.

—Espero que no te importe, pero tu programa me ha inspirado y me he puesto a terminar un trabajo que llevaba siglos postergando. Sólo me quedan los últimos toques. Acompáñame al taller.

Kate lo siguió por la casa como el perro que seguía su comida.

—¿Quieres beber algo? Tengo de todo, fuerte o no.

Sabía que seguía con ella, haciéndole insinuaciones, pero prefirió no morder el anzuelo.

—Gracias, no quiero nada —no solía tomar refrescos y no se atrevía a beber alcohol.

Sus defensas disminuían por momentos. A juzgar por lo que había visto de la casa hasta ese momento, el dormitorio principal sería impresionante.

Kate ya podía ver la enorme cama esperando a que perdiera la cabeza.

—Me compré esta casa sobre todo por el taller —le explicó Doonghae, al tiempo que abría una puerta.

Kate se excitó con sólo oler aquel lugar. El taller era casi tan grande como el salón de su casa. Allí había todo lo que un aficionado, y seguramente, un profesional del bricolaje, pudiera desear.

El suelo estaba lleno de virutas de madera y serrín y, sobre el banco de carpintero, había un trozo de madera de unos cincuenta centímetros de ancho y un metro veinte de largo.

—Es un banco para la entrada —anunció Donghae—. Quiero que tenga un estilo rústico, así que probablemente le dé un poco de barniz y lo deje tal cual.

Kate fingió tener un enorme interés en la madera porque si no, se le notaría demasiado que su único interés estaba en el carpintero.

Pasó la mano por la suave superficie.

—¿Es mesquite?

—Sí. Era un árbol enorme que un vecino se empeñó en cortar. Intenté convencerlo de que no lo hiciera, pero lo hizo de todos modos. Así que le compré la madera.

Kate no podía dejar de pensar que aquél era el espacio de Donghae y había querido compartirlo con ella. Jamás había sido tan consciente de la presencia de un hombre como lo era en ese momento de la de Donghae.

Podía sentir su olor, su respiración.

—Creía que habías dicho que estaba prácticamente terminado.

—Sí, sólo tengo que meterle las patas —explicó, quitándose las gafas de protección—. ¿Quieres ayudarme?

—No sé absolutamente nada de carpintería.

—No hace falta. Sólo necesito otro par de manos.

Agarró el tablero y le dio la vuelta. Al hacerlo, se le marcaron todos los músculos y Kate se dio cuenta de que no debería haberlo mirado.

—He hecho uno de los extremos de las patas más estrechos para que entren bien en el agujero.

—Ya veo —hablando de símbolos fálicos, aquellas patas sin duda lo eran.

—Lo que hay que hacer ahora es meterlas en los agujeros que he hecho en cada esquina del tablero. Necesito que tú sujetes la madera con firmeza mientras yo meto las patas.

—Muy bien —dijo, quitándose el bolso y dejándolo sobre una silla.

—Estarás más cómoda si te quitas también la chaqueta.

Kate lo miró, convencida de que en todo aquello había una intención oculta.

—¿Tú crees? —le preguntó con media sonrisa en los labios.

—No sé. Haz lo que quieras.

Se quitó la chaqueta porque era cierto que estaría más cómoda, pero eso no quería decir que fuera a hacer todo lo que él pretendiera con aquel jueguecito.

—Tienes que sujetar aquí —le indicó—. Así yo podré meterla.

—No creas que no sé qué es lo que pretendes, Donghae. Eres transparente como el agua.

—¿De qué hablas? Sólo estamos armando un banco.

—Claro, claro.

—Eres tú la que dijo que todo esto tenía simbolismo sexual —le recordó con una sonrisa malévola.

—No, fue el maestro Yoda —estaban tan cerca que sus cuerpos prácticamente se tocaban.

Kate creyó oír los latidos del corazón de Donghae, aunque quizá fueran los suyos.

about sex - donghaeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora