29. Apoyo

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Nada más llegar a la emisora, Alice le comunicó que Edgecomb quería hablar con ella inmediatamente.

Parecía que el jefe ya no estaba tan seguro de que no pudiera detener la construcción del edificio de Construcciones Lee.

Kate se permitió un momento de satisfacción que no tardó en dejar paso a la preocupación por Donghae. (Ay por favor). Si bien era cierto que estaba levantando un edificio que ella no deseaba, tampoco quería que el proyecto fracasara por su culpa.

Durante la comida, tendría que averiguar qué se jugaba exactamente con aquel negocio.

Edgecomb la recibió en su despacho, sentado tras aquella enorme mesa parecía aún más pequeño.

—Bueno, bueno, Kate —le dijo con la potencia de voz con la que sin duda trataba de compensar su diminuto tamaño—. Siéntate —le pidió, seguramente para no sentirse aún más pequeño—. Has causado un buen revuelo con el programa del viernes.

—Eso parece.

—Supongo que te dijeron que estaba preocupado, sobre todo después de que los propietarios de la emisora me llamaran a casa.

—Me lo dijo Alice. Pero creo que en las presentes circunstancias...

—No nos preocupan las negociaciones para la venta del edificio.

—Ah —cuando hablaba en primera persona de plural era porque se sentía optimista, y disfrutaba incluyéndose en la élite de la emisora.

—La audiencia del viernes fue... muy buena.

—Me alegra oír eso —debía de haber sido impresionante para que Edgecomb se dignara a admitir que había sido muy buena.

—Además, todo esto nos está dando mucha publicidad.

—¿Entonces va a apoyarme?

—Hasta el final, Kate. Incluso aunque no lo consigas.

—Lo conseguiré —y ojalá su abuela pudiera compartir con ella esa victoria.

Ella sí comprendería por qué estaba luchando y no lo consideraría un sentimentalismo estúpido.

—Lo que importa es que con todo esto, si al final vendemos, no tendremos ningún problema en encontrar otro lugar para continuar con la emisora. Todo el mundo querrá apoyar al pequeño negocio que luchó por sobrevivir.

—Tiene razón. Pero debemos mantenernos firmes.

—Como quieras. Bueno, ¿qué tienes preparado para hoy?

—He encontrado un sociólogo que tiene una curiosa teoría sobre el simbolismo sexual de las herramientas que se utilizan en la construcción y que mantiene que son precisamente esos objetos los que atraen a los hombres hacia ese mundo. No he podido hacerlo venir porque vive en Washington, pero voy a entrevistarlo por teléfono.

—Por teléfono... vaya. Así que realmente existe, ¿o lo has inventado? Parece demasiado perfecto.

Kate no daba crédito a lo que oía.

—¿Cree que citaría a un experto que no existiera para apoyar mi causa?

—Bueno, no creo que nadie vaya a comprobar que existe un tipo así.

—Yo jamás haría algo así, señor Edgecomb —aseguró con indignación.

—Está bien, está bien. No pretendía ofenderte. Está claro que has estado investigando a fondo.

El poco respeto que Kate sentía por su jefe disminuyó aún más. Era evidente que no le importaba si sus fuentes eran fidedignas o no con tal de que subieran los niveles de audiencia.

Era descorazonador. Preferiría tener un jefe un poco más ético, pero el mundo no era perfecto.

Debía admitir que tenía cierta ambición. Sería todo un logro llegar cada vez a más gente y hacer que disfrutaran más del sexo.

Además, si ella se hacía famosa, también lo sería el pequeño edificio que albergaba la emisora, y así sería más difícil que lo demolieran.

Ya no tenía a su abuela, pero gracias a esa campaña, quizá pudiera conservar el lugar del que tenía tan maravillosos recuerdos.

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