41. Banca

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Entonces comenzó a introducir la pata, el agujero era muy justo, así que Donghae no tardó en comenzar a respirar entrecortadamente. Y, aunque no estaba haciendo ningún esfuerzo, también a Kate se le aceleró la respiración.

Conocía perfectamente sus intenciones y sabía que estaba utilizando el tema de su programa para provocarla, pero aun así había conseguido excitarla. Y la excitó aún más al limpiarse el sudor con el borde de la camiseta, pues le dejó ver sus abdominales.

Fue entonces cuando Kate se dio cuenta de que nunca había visto a Donghae desnudo, y era una verdadera lástima.

—Quédate ahí para que pueda meter la siguiente —le dijo cuando hubo terminado con la primera pata—. Pero no hace falta que agarres con tanta fuerza.

Kate bajó la mirada y aflojó un poco los dedos. Tenía que relajarse.

—Me parece que voy a necesitar algún tipo de lubricante para meter ésta.

—Déjalo ya, Donghae.

—¿El qué? —le preguntó con gesto inocente.

—Ya sabes el qué.

—No tengo la menor idea de a qué te refieres —no apartó la mirada de ella mientras empujaba con fuerza para que entrara.

—Este jueguecito tuyo no va a funcionar. Soy más dura de lo que crees.

—No lo dudo.

Pero no era cierto. No era nada dura; mientras él introducía la tercera pata, Kate se moría de excitación. Deseaba con todas sus fuerzas que esas manos poderosas le arrancaran la ropa y le acariciaran el cuerpo entero. Tenía las braguitas empapadas.

—Ya está. Podemos darle la vuelta —la miró fijamente—. Ya puedes soltar, Kate.

—Ah, sí.

—Vamos a ver si es lo bastante fuerte —dijo, subiéndose a horcajadas al banco. Kate apenas podía respirar. Si se quedara en esa misma postura y se desabrochara los pantalones, ella podría...

—Pruébalo. Veamos si nos sujeta a los dos —en los ojos de Donghae había una mirada oscura y misteriosa, imposible de descifrar.

—No puedo... —si se acercaba tanto a él, perdería el poco autocontrol que le quedaba— llevo falda.

—Yo no te he dicho que tuvieras que sentarte igual que yo —le dijo con sonrisa traviesa—. Ven y siéntate conmigo, Katie. Ayúdame a probar el banco.

Su voz era profunda y sensual y, como la luz a las polillas, atrajo a Kate sin que ella pudiera hacer nada.

—¿Cómo quieres probarlo?

—¿Cómo quieres tú que lo pruebe?

No podía más.

—¿Qué te parece si... te pido que te desabroches los pantalones?

—Depende de para qué. No me apetece mucho sexo oral.

—A mí tampoco.

—Ya veo. ¿Y qué te parece si lo probamos utilizando esto? —sugirió, mostrándole un preservativo que tenía en el bolsillo.

—Pensé que querías acabar en la cama.

—Ya lo haremos, pero antes podemos empezar en el banco.

Y sin decir nada más, se desabrochó los pantalones lentamente y se puso el preservativo fácilmente. Kate lo deseaba tanto que temblaba, no podía dejar de mirar aquella erección.

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