C37: Provocaciones.

397 42 6
                                    


Nish.-

—Se supone que Joe dijo que podía volver a casa desde ayer por la tarde...—se quejó mi abuela cruzándose de brazos.—No me veo precisamente en mi casa...

Noah la observó con el ceño fruncido y volvió la vista hasta la revista de deportes que estaba leyendo.

—Bueno, probablemente quería asegurarse de que todo estuviera en orden antes de que te marcharas ¿no lo crees...?—le dijo Abby y después la habitación se quedó en completo silencio. Aparté la vista del suelo para darme cuenta que tres pares de ojos estaban fijos en mí.

—¿Qué pasa?—pregunté tontamente. Noah soltó un pequeño suspiro y después volvió a posar su mirada castaña en la revista que sostenía en sus manos.

—Eso es precisamente lo que queremos saber...—me dijo mi abuela observándome detalladamente—tienes dos días que estás como muy seria. Pensé que ibas a alegrarte de que por fin puedo volver a casa y podré dejar de comer esta espantosa comida sin condimentos...—sonreí un poco.

—No me pasa nada—respondí sin mucho ánimo.—Y por supuesto que estoy muy feliz de que ya puedas volver a casa porque te echo mucho de menos por allá...

—Pues realmente no pareces demasiado contenta...

Volví a apartar la mirada y negué débilmente. La verdad es que aún no superaba el shock que representaba el hecho de encontrarme con Gabrielle en el hospital cuando se suponía que ella se marchaba a España con Erick, si a eso le sumábamos que él ni siquiera me había dado una mínima señal de vida y que a unos cuantos pasillos en la área restringida un chico idéntico a él estaba en coma, sí...me pasaba de todo pero ellos no tenían por qué saberlo, sobre todo después de que mis mejores amigos pensaran que estaba volviéndome loca.

—¡Deberías avisarle a tu cara!—respondió Abby. La miré con el ceño fruncido y suspiré.

—Me dijeron que Isabelle tenía un montón de ganas de volver a casa...—anunció Joe entrando en la habitación que mi abuela ocupaba con su bata blanca de doctor y su estetoscopio colgado al cuello.

—Por el amor de Dios, yo ya debería estar en casa, preparando comida—protestó ella.

Joe rio un poco mientras negaba con su cabeza color gris y revisaba su papeleta, esa que siempre tenía en las manos.—Bueno, pues me alegro que tengas tantas ganas de ir a preparar comida porque a partir de este momento...ya puedes marcharte. Estás oficialmente dada de alta.—afirmó con una pequeña sonrisa en dirección a mí.

Agradecía infinitamente el hecho de que él no quisiera tocar aquel tema que me involucraba directamente porque la verdad es que no tenía ninguna razón que justificara mi presencia y la de mis amigos en el área restringida del hospital, cuando valga la redundancia; era un área restringida por mucho que aquel chico fuera idéntico a mi novio.

Por supuesto que las visitas furtivas continuaron pero había tomado estrictas precauciones y la primera, era no ir en compañía de Abby o Noah: era mejor cuando yo estaba sola. La segunda, no acercarme tanto a aquel cuerpo en coma, porque pasaba que por alguna extraña razón; si me acercaba demasiado era como si mi cerebro dejara de coordinar correctamente con el resto de mis sentidos y no era consciente del tiempo que pasaba ahí. Y tercera y más importante, había fingido olvidar el tema porque estaba totalmente segura que mis amigos pensaban que me había vuelto una demente.

Y por un momento yo también lo creía, así que no me asombraba tanto el hecho de que ellos también lo hicieran.

Los ojos de mi abuela me observaron fijamente y me obligué a sonreírle con fingido entusiasmo.

EL ÁNGEL GUARDIÁN|Erick B. Colón.|Completa.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora